lunes, 28 de septiembre de 2009

MILES Y MILES DE CARTAS

La cantidad fue creciendo y creciendo. Al principio sólo era una cuenta de interés local. Después se hizo de alcance mundial. Eran cartas: cartas y tarjetas que llegaban de todas partes del mundo.
Craig Shergold, niño inglés de diez años de edad, se moría de cáncer. Su caso, cáncer inoperable al cerebro, despertó simpatía a nivel mundial, y como que el mundo entero volcó su interés en favor del niño.
Entre las miles de cartas que recibió había una que decía: «Yo me haré cargo de la operación del niño.» La carta venía de John Kluge, un millonario norteamericano. Él había hablado con Neal Kasell, eminente neurocirujano, y éste se había comprometido a ver al niño.
Todo fue minuciosamente preparado: el vuelo a Inglaterra, el diálogo con el doctor del niño, el examen y la fecha para la cirugía. Por fin llegó la hora, y la operación, sumamente difícil, fue todo un éxito, y el niño recuperó la salud.
Quizá nunca nadie recibió tantas cartas en toda su vida como este chico inglés. Pero fue una sola, la carta de John Kluge, la que le trajo la salud.
Son muchas las cartas que se escriben diariamente en este mundo. Y uno se pregunta: ¿Qué dicen todas esas cartas? ¿Qué cuentan? ¿Qué informan? La respuesta es obvia: cosas y asuntos humanos.
¿Cuántas de esas cartas traerán alivio? ¿Cuántas levantarán el ánimo? ¿Cuántas mitigarán penas y dolores? ¿Cuántas producirán alegría y felicidad?
Cada uno de nosotros puede escribir esa carta que traerá salud al moribundo. Siendo así, escribámosla. Escribamos cartas, pero no de odio ni de resentimiento. Escribamos cartas de ánimo, de alegría, de consuelo. Levantemos el corazón del triste. Infundámosle fuerzas al débil. Calmemos al atormentado. Consolemos al desconsolado. Quizá uno de nosotros sea la única persona que pueda traer esperanza al que ya no quiere vivir.
¿Hay alguna persona en nuestra vida que necesita aliento? Escribámosle, y digámosle que la amamos. Digámosle también que Dios le ama. No tenemos que aconsejarla ni sermonearla. Lo único que tenemos que hacer es amarla. Esa es la medicina que traerá la salud que nuestros conocidos tanto necesitan.
Si nos cuesta trabajo escribir una carta así, pidámosle a Jesucristo que entre en nuestro corazón. El amor de Cristo invadirá nuestra alma y se desbordará en amor hacia aquel amigo que necesita aliento. Escribamos esa carta. Escribámosla hoy mismo.

domingo, 27 de septiembre de 2009

Encuentro de Caballeros

Orden de día .
A.Saludo y bienvenida .
B.Oración para iniciar la reunión .
C.Tiempo de Alabanza y Adoración .
D.Ministerio de Caballeros .
-Historia
-Antecedentes
-Objetivos
-Invitación a participar
-Página de lectura ó Blog de consulta
E.Oracón especial por el Ministerio de Caballeros
F.Un mensaje especial para hoy
G.Tiempo de refrigerio

miércoles, 23 de septiembre de 2009

«GAMINES», «GOLFOS», «PUNGAS» Y «VAGOS»

La caravana se organizó sola. Nadie la convocó. Nadie la dirigió. De todas las esquinas y plazoletas, de todos los cines y mercados, de todos los barrios de la ciudad, comenzaron a caminar. ¿Quiénes hacían esto? Niños. Decenas de niños. Niños pobres. Niños desamparados. Niños que caminaban solidarios con un rumbo fijo: «La Nueva Jerusalén», uno de los barrios de la gran ciudad.
Iban para asistir al funeral de un compañero muerto, un chico callejero de doce años de edad llamado Wellington Barboza. Lo habían asesinado los narcotraficantes. Uno más, añadido a la lista de víctimas. Era uno de los chicos abandonados, de ocho a doce años de edad, que viven en las calles de Río de Janeiro.
Todas las grandes ciudades tienen sus niños pobres. Son los huérfanos, los desheredados, los corridos de sus casas sin amor y sin cuidado. Irónicamente el niño Wellington Barboza había sido asesinado en un barrio llamado «La Nueva Jerusalén», el nombre que la Biblia da a la eterna ciudad celestial.
Estos niños brasileños, como sus congéneres de todo el mundo, se dedican necesariamente al delito: al robo y al narcotráfico. Y a veces, por la misma vida que llevan, cometen homicidios.
En Bogotá se les llama «gamines», en España, «golfos», en otras ciudades, «pungas» o «vagos», pero todos por igual son víctimas del desamor y la indiferencia. Y su destino es la droga, la agresión, la cárcel y la muerte.
¿Habrá algo que nosotros, los adultos de este tiempo, podemos hacer? Sí, lo hay. En primer lugar, debemos reconocer la honda herida que motiva este comportamiento. Ellos son quienes son, y hacen lo que hacen, porque son víctimas de una sociedad que los ha herido, desamparado y abandonado.
Luego debemos levantar nuestra voz para hacer que tomen conciencia todos —padres, maestros, clérigos, autoridades— de que no hay modo de justificar el abandono de nuestros niños. La realidad es que son nuestros, y su comportamiento refleja el mal que aflige a nuestra sociedad.
Algo más. Padres, cuidemos con amor y atención a los hijos que todavía tenemos en casa. La Biblia dice: «Y ustedes, padres, no hagan enojar a sus hijos, sino críenlos según la disciplina e instrucción del Señor» (Efesios 6:4).
Pidamos de Dios la sabiduría espiritual para librar a nuestros hijos de la ruina moral. Si Cristo es nuestro Señor, hará de nuestro hogar un nido de paz. Invitémosle a que sea el huésped invisible de nuestro hogar. Así aseguraremos a nuestros hijos.

viernes, 18 de septiembre de 2009

«EL DESEO DE SER ALGUIEN IMPORTANTE»

«Tengo veintisiete años. Me casé a los dieciséis. Tengo tres niños, y me siento desesperada porque después de once años de feliz matrimonio, ahora me siento frustrada. Mis planes eran seguir la universidad y ser doctora. Pienso que todavía estoy a tiempo de lograrlo y, aunque tengo un buen esposo respetuoso y fiel, y sé que me ama, él nunca me ha apoyado en las cosas que yo quiero.
»Ahora me gustaría seguir la universidad, pero eso significaría escoger entre las dos cosas, porque tendría que salir de la ciudad y dejar a mi familia. Pero no pienso abandonarlos. Siento que al final el sacrificio será recompensado....
»Tengo una amiga que me aconseja que lo más importante es uno, y alcanzar lo que uno desea en la vida. ¡Por favor, necesito ayuda! No sé qué hacer. Amo a mi familia, pero también el deseo de ser alguien importante ante la sociedad es muy fuerte.»
Este es el consejo que le dimos:
«Estimada amiga:
»Nos alegra que usted nos haya pedido consejo acerca de su dilema. La felicitamos por considerar a largo plazo todas las implicaciones posibles de esta decisión....
»¿Recuerda lo que sintió antes de casarse? Lo que más le importó fue ser la esposa de ese hombre y estar a su lado para siempre. En ese momento usted tomó una decisión que ya no puede cambiarse. Usted se comprometió con él en aquella ocasión, y ahora que han pasado once años no puede retirar su promesa.
»Es cierto que sus estudios universitarios son importantes. Pero es también importante apoyar con amor a sus tres hijos, enseñándoles y dándoles ejemplo. Esos niños no merecen que usted los abandone o los relegue a un tercer lugar en su vida sólo porque se siente inquieta. Al quedar encinta y luego al dar a luz a cada uno, usted se comprometió tácitamente a amar, a criar y a guiar a esos hijos hasta que crecieran y fueran adultos. Es imposible hacer eso a distancia.
»Con frecuencia recibimos casos como el suyo en que una familia se separa debido al trabajo, a la escuela o a problemas de inmigración. A tales parejas les instamos a que no hagan esto en detrimento de sí mismos y de sus hijos. Casi nunca da buenos resultados.... No hay beneficio económico ni académico que compense la pérdida de ese ser querido al que uno prometió amar para siempre....
»Job, el patriarca bíblico, era un hombre que tenía amigos imprudentes. Ellos le dieron consejos durante los días más difíciles de su vida, pero él tuvo la sabiduría necesaria para no hacerles caso. Jamás debemos permitir que los amigos influyan en nosotros de tal modo que tomemos decisiones dudosas....
»Ponga todo su empeño en formar un hogar maravilloso para sus hijos y su esposo. No hay título universitario alguno que usted pudiera obtener que se compare con el valor que tiene un hogar en el que hay amor, atención y paz.

jueves, 17 de septiembre de 2009

UNA CÁLIDA SEGUNDA LUNA DE MIEL

Estaban celebrando otro aniversario de bodas, el número treinta. Y para darle un tono especial y diferente al evento, Bill y Helen Thayer, de Estocolmo, Suecia, decidieron tener una segunda luna de miel.
No escogieron la Costa Azul de Francia, ni las playas de Tahití ni las costas de Australia. Decidieron, más bien, pasar su segunda luna de miel en el Polo Sur.
¿Qué los hizo escoger esa frígida e inhóspita región? Buscaban —dijeron— algo nuevo, algo diferente, algo que le diera, otra vez, la chispa a su matrimonio que en los primeros años tuvo. Y su comentario, al regresar, fue: «Hemos vuelto de este viaje más amigos que nunca.»
¿Qué podrá inyectar nueva vida en las venas de un matrimonio raquítico? No todos podemos darnos el lujo de celebrar nuestro aniversario de bodas con una luna de miel en el antártico. Además, no hay seguridad de que regresaríamos con nuestra unión rejuvenecida. ¿Qué puede una pareja introducirle a su matrimonio que le devuelva el calor que una vez tuvo?
En primer lugar, deben traer a la memoria ese día mágico en que como novios se pronunciaron esas palabras sagradas de unión: «hasta que la muerte nos separe». Allí no había hipocresía, no había falsedad. Se dijeron que se amarían el uno a la otra y la una al otro para siempre porque se querían de todo corazón. En ese momento encantador el tiempo se detuvo y dos corazones se convirtieron en uno. ¿Cómo se les iba a ocurrir que podría venir el día en que ese amor se enfriaría?
Pero algo pasó. La ilusión se deshizo y la chispa se apagó. ¿Qué hacer en casos como este?
Juntos deben decidir que, pase lo que pase, su matrimonio no se va a destruir. El amor es el producto de una determinación, no de un sentimiento, y cuando los dos determinan que la separación no es, ni nunca será, una opción, esa determinación le dará a su matrimonio nueva esperanza.
En segundo lugar, deben invertir tiempo —tiempo de calidad— en su matrimonio. Eso incluye gozarse juntos, respetarse juntos, favorecerse juntos, pasar noches juntos con el televisor apagado, y compartir confidencias juntos.
Finalmente, deben perseguir las mismas metas espirituales: leer la Biblia juntos, orar juntos, ir a la iglesia juntos y buscar a Dios juntos. Si tienen, de veras, la determinación de salvar su matrimonio, juntos pueden tomar control de esa unión en lugar de abandonarla al azar. Las riendas de ese enlace están en sus manos. Con férrea determinación pueden pedirle a Dios que les ayude a salvarlo.

miércoles, 9 de septiembre de 2009

VÉRTIGO A TEMPRANA EDAD

Al bebé, de dieciocho meses de edad, lo llevaron al hospital. Estaba en estado comatoso. Presentaba grandes hematomas en la cabeza y golpes en diferentes partes del cuerpo. No pudieron salvarlo. Murió en las manos del médico.
Acto seguido, se dieron a la tarea de hallar al responsable de las heridas. No había duda de que la criatura había sido golpeada. Se trataba de homicidio.
Tras rondar un poco por el barrio de donde venía el bebé, encontraron al padre y a la madre. Los dos eran los culpables. La policía no dio a conocer sus nombres. Eran menores de edad; tenía dieciséis años él, y quince ella.
Aquí tenemos un caso de vértigo, de vertiginoso aturdimiento juvenil. Una pareja de adolescentes hace vida conyugal cuando él tiene sólo catorce y ella apenas trece años de edad. Pasan dos años y tienen un bebé porque, de todos modos, tienen la capacidad biológica para engendrar.
Pero un matrimonio así no puede funcionar sin caer en el vértigo. Las peleas son constantes. Los insultos vuelan como chispas. Y cada dos por tres se van a las manos. El bebé con sus inocentes llantos contribuye a agravar la situación, y en cierto momento, ciego de rabia, el padre agarra un bate de béisbol y le da en la cabeza. Vértigo. Aturdimiento vertiginoso, producto de la impaciencia juvenil.
Todo se ha vuelto locura. Hay violencia por todos lados. Hay frenesí de fiestas. Hay delirio de danzas. Hay furia de drogas. Hay enloquecimiento de pasiones. Hay torrentes de discordias.
Podríamos seguir multiplicando las metáforas, pero la verdad está ahí, y es pasmosa. El mundo está en vértigo y no hay quien lo rescate. ¿Por qué se pusieron a vivir juntos dos adolescentes que recién estaban emplumando? ¿Dónde estaban los padres de estos jóvenes? ¿Quién bendijo esa unión?
El vértigo arrebata a nuestros hijos cada vez más temprano. La adolescencia comienza a los diez años. La juventud se quema a los veinte. A los treinta, hombres y mujeres están hastiados de todo, y a los cuarenta, si sobreviven a las inclinaciones suicidas, se hunden en el remolino de esta loca vida.
Lo que el ser humano necesita es paz. Paz en el alma. Paz en la mente. Y esa paz sólo Dios la da. Cuando permitimos que Cristo sea nuestro Salvador, la vida adquiere un ritmo normal. El corazón se calma, la conciencia descansa, el espíritu se serena, y entonces encontramos la paz. Sólo Cristo puede librarnos del vértigo de la vida. Entreguémosle nuestro corazón. Él quiere darnos su paz.

lunes, 7 de septiembre de 2009

«AMBOS DECIDIMOS NO TENER AL NIÑO»

«Soy un joven que dejó embarazada a su novia, y ambos decidimos no tener al niño. Ella tomó unas pastillas para abortar. Ahora vivimos una condena, y no tengo ganas de vivir. Siento que mi vida se ha derrumbado. No tengo fuerzas por lo que hicimos.
»Mi pregunta es: ¿Recibiré algún día perdón de Dios por lo que hice, o viviré una condena en el infierno para toda mi vida? ¿Qué tengo que hacer ahora?»
Este es el consejo que le dimos:
«Estimado amigo:
»Hay muchas personas que le dirían a usted que el niño que ustedes abortaron no era más que una masa informe de tejidos, y en realidad no un ser humano. También dirían que no hay consecuencias emocionales para los que optan por el aborto como la solución a su «problemático» embarazo. Pero la experiencia que ha tenido usted demuestra que esas personas están equivocadas. Usted está sufriendo mucho porque en lo profundo de su corazón sabe que destruyó a su propio hijo. Las repercusiones emocionales del aborto son patentes, y sin embargo las ocultan quienes persiguen determinados fines políticos. Todos los días miles de parejas creen las mentiras que se les han dicho, y posteriormente descubren la inquietante verdad tal como le ha sucedido a usted.
»Pero lo que usted quiere saber ahora es si hay alivio alguno para la agonía que siente y si tendrá que pagar consecuencias eternas a causa de sus decisiones. Tenemos una buena noticia y una mala noticia para usted.
»La mala noticia es que usted siempre hará duelo por su hijo que no llegó a nacer. Siempre habrá un dolor, un vacío que sólo pudo haber llenado ese niño....
»Ahora bien, ¿cómo puede usted ser librado de la gran culpa que siente? Aunque su pecado le parece muy grande ahora, la verdad es que todo pecado es una ofensa contra Dios porque nos aparta de Él.... Todo pecado tiene que pagarse antes de que podamos experimentar la presencia de Dios, tanto aquí en este mundo como en el cielo por la eternidad. ¿Entonces cómo puede usted pagar por su pecado? No hay cantidad alguna de buenas obras ni de penitencias que satisfagan. ¡Pero la buena noticia es que Jesucristo tomó su lugar! Él murió por su pecado para que usted pudiera ser librado no sólo de las consecuencias eternas, sino también de la culpa que ahora siente.
»Lo que tiene que hacer usted es pedirle al Padre celestial que lo perdone en el nombre de su Hijo Jesucristo, para que Cristo pueda entrar en su corazón y ser su Señor y Salvador. Una vez que haya hecho eso, ¡sentirá un gran alivio! Sí, recibirá el perdón, pero aun mejor que eso, habrá comenzado a cultivar la relación más importante de su vida.
»¡Pídaselo hoy!

SIETE DÍAS EN UNA CUEVA

La familia la formaban tres personas: Daniel Stolpa, joven de veintiún años de edad; su esposa Jennifer, de veinte años; y el hijito de ambos, Clayton, de cuatro meses.
Andaban juntos de turismo en Canadá. Sin rumbo específico, transitaban por un camino serpenteado hacia las alturas de una montaña. Y era invierno.
Todo iba bien, hasta que el automóvil se dañó. Tuvieron que abandonar el vehículo y andar a pie por la sierra nevada en busca de auxilio. Cuando menos pensaron, se hallaron en medio de una terrible tormenta de nieve.
Daniel halló una cueva en la montaña y pensó pasar esa noche en ella. Pero la tormenta arreció, y aunque estaban sin agua, sin comida y sin más protección que la ropa que traían puesta, no podían moverse de allí.
Pasaron siete días aguantando el intenso frío. Y por fin, Daniel dejó a su esposa y a la criaturita para buscar auxilio. Caminó veinticinco kilómetros hasta hallar asistencia, y al fin todos fueron rescatados. Aunque la baja temperatura congeló parte de sus pies, todos quedaron fuera de peligro.
Durante las interminables horas que Daniel y Jennifer pasaron en la cueva, solos y apretados uno contra otro protegiendo al hijito de cuatro meses, conciliaron todas las diferencias y resolvieron problemas matrimoniales que estaban teniendo. De ahí que declararan: «Tuvimos que estar siete días muy juntos en una cueva, muertos de frío, para que de nuevo brotara el calor del amor entre los dos.»
En efecto, es el calor del amor, ese fuego sagrado hecho por Dios, lo que mantiene unido al matrimonio. Desgraciadamente, la rutina del matrimonio muy pronto lo vuelve insípido, y cuando faltan el estímulo y la determinación de mantener encendido el fuego, éste se apaga.
¿Por qué ocurre esto? Porque por alguna razón, estúpida o ingenua que sea, creemos que nuestro amor, de por sí, se mantendrá para siempre en calor. Eso es imposible. Ningún amor entre dos personas puede mantenerse si esa relación no se nutre con actos de respeto y cariño.
Fortalezcamos nuestro matrimonio. Protejamos esa unión. Nutramos la relación conyugal. Nada en la vida es más importante que la relación con el cónyuge. El matrimonio que se preserva alcanza su más intensa satisfacción con el paso de los años. Cuidemos nuestro matrimonio. Es lo más sagrado que tenemos. Y con el correr del tiempo y la presencia de Dios en el corazón, será más bello aún. Pues si de veras estamos bien con Dios, lo estaremos también con nuestro cónyuge.

SE NECESITA UNA FAMILIA

Criar un niño es una tremenda responsabilidad. El hogar es el lugar en donde los niños aprenden quiénes son, qué pueden hacer, y qué se espera de ellos.

LO QUE LOS NIÑOS NECESITAN

El hogar es el lugar donde un niño desarrolla su sentido de seguridad y autoconfianza. Cuando el amor y los valores son comunicados libre y generosamente, un niño aprende a sentir que es valioso para su familia y, por lo tanto, se valora a sí mismo. Más importante, se siente que es muy valioso para Dios y otros.

Un niño también capta una visión de la vida en su hogar. Por ejemplo, si hay límites, disciplina y normas en el hogar, entonces el niño aprende que él no es la ley en sí mismo. Si no hay respeto por la autoridad dentro del hogar, él crecerá sin respeto por la autoridad fuera del hogar.

Por último, el hogar es en donde él recibe su primer concepto de Dios. Si en el hogar no hay amor, misericordia, gracia e interés por ese niño, entonces su concepto de Dios será distorsionado.

LO QUE OFRECE LA SOCIEDAD

Ha pesar de que he construido un convencedor argumento acerca de la importancia de la familia en la crianza de un niño, me temo que muchos de nosotros hemos permitido que extraños influencien a nuestros hijos. Los llevamos a clases de arte y de música, les animamos para que participen en deportes, clubes y más. Parece que hemos permitido que las mentes de nuestros niños sean moldeadas por toda clase de mensajes en el cine, la biblioteca, la televisión, los letreros publicitarios, ¡y eso sin mencionar la Internet!

Ahora, déjeme añadir rápidamente que no me molesta que los niños se involucren en actividades, o que estén expuestos a medios masivos, aprobados por los padres, pero justamente debemos reconocer el rol de la familia versus el rol de la comunidad ―o del mundo―, en la crianza de nuestros hijos.

Al intentar explicar la importancia de la influencia de los padres y de la sociedad en la vida de un niño, Hillary Clinton [Secretaria de Estado estadounidense] escribió un libro titulado: “It Takes A Village: And Other Lessons Children Teach Us” (Se necesita una villa: Y otras lecciones que los niños nos enseñan). Con todo respeto, estoy en desacuerdo con ella. Se necesita una familia para formar una villa o comunidad. Y se necesita una familia para criar a un niño.


QUÉ DEBEMOS HACER


El primer paso en recuperar nuestras familias de la sociedad y construir familias fuertes para nuestro Señor, es tener fe. Corresponde a los padres criar a los hijos con la verdad y el amor del Salvador. Una forma en que usted puede hacer esto, es comunicando valores acerca de la fe cristiana.

Crea en Dios por su hijo

Como padre o madre, usted debe creer en Dios por su hijo. En Marcos 9 leemos el relato del hombre que trajo a su hijo endemoniado para que Jesús lo liberara. Marcos 9:23 y 24 dice: “Jesús le dijo: Si puedes creer, al que cree todo le es posible. E inmediatamente el padre del muchacho clamó y dijo: Creo; ayuda mi incredulidad.”

Dios no puso la carga sobre el hijo para que crea. Dios puso la carga sobre el padre para que crea. El muchacho necesitaba alguien que tuviera fe por él. Él no tenía ningún poder para hacerlo. ¿Creerá usted por su hijo?

Instruya a su hijo en piedad

Es su trabajo divino el instruir a su hijo para que siga el curso de la vida que traerá a Dios la gloria. Proverbios 22:6 dice: “Instruye al niño en su camino, y aun cuando fuere viejo no se apartará de él.”

Instruir es más que enseñar. Invierta algún tiempo cada semana no sólo para hablar con sus hijos acerca de cómo vencer las tentaciones de este mundo, sino también entréneles para que sean vencedores. Si usted no lo hace, alguien más lo hará…o algo más lo hará.

Cuando usted instruye a sus hijos en importantes asuntos de la fe, usted enseña, modela, practica y memoriza la habilidad o lección, de esta forma no importa cuán rebeldes ellos quieran ser, tendrán la destreza, el conocimiento y el carácter para refrenarse a sí mismos. Sobre todo, cuando ellos son salvos, poseen el Espíritu Santo que les da poder contra las tentaciones de Satanás.

Le invito a que venga ante Dios, ahora mismo, y entregue su familia a Él. Preséntele cada necesidad que sus hijos tienen. Confiésele a Dios sus temores y fracasos como padre o madre. Regocíjese en su poder para perdonar y hacer nuevas todas las cosas. Pídale que le dé la clase de fe que necesita para criar a sus hijos en el camino que Él quiere. Ahora, crea que Dios le va a otorgar su petición, si la ha pedido con fe.

domingo, 6 de septiembre de 2009

DIARIO DE UNA JOVEN ASESINA

Era su librito de apuntes diarios, apuntes que iba haciendo, cada día, una joven de catorce años de edad. ¿Qué cosas podría escribir en ese diario? Cosas juveniles: impresiones de muchachos, actividades de colegio, paseos, fiestas.
Pero un día, justamente el primero de enero, la joven escribió: «Querido diario: Es principio de año, y ya no aguanto más. Tengo que quitarme de encima una carga que ya no puedo llevar. Yo maté a mi hermanita.»
El diario sigue narrando: «Fui hasta su cuarto y le dije que la quería mucho. Cubrí, entonces, su boca, y la sofoqué. Tú, mi querido diario, eres a quien primero le cuento. Gracias. Ahora me siento mejor.»
Ya hacía cinco meses que esta adolescente había matado a su hermanita de cuatro años de edad. Cuando hallaron el cuerpo de la chiquita, el médico forense determinó que era «muerte por asfixia traumática». La investigación no produjo ningún resultado. Pero sucedió que los padres de la hija mayor descubrieron su diario.
Por más que querramos callar la voz de nuestra conciencia, no podemos. Tarde o temprano su grito se oirá.
¿Qué está pasando en los hogares, en las familias, en los adolescentes? Esta joven no carecía de nada. Tenía buenos padres, buena casa, buen colegio, buenos amigos, buena ropa, buen calzado, buenas cosas. ¿Por qué, de un modo sorpresivo y brutal, mató a su hermanita?
En parte tiene que ver con la violencia que los adolescentes ven en la televisión, la cual se va acumulando en su psiquis. Cuando ésta se llena a más no poder, el adolescente no tarda en poner en práctica más de alguna de esas cosas.
Tampoco se descarta la posibilidad de los contactos con sectas extrañas. Lo que padres incautamente podrán llamar «chifladuras de adolescentes» puede que sean relaciones, incluso satánicas, cosa que está más extendida de lo que parece.
La fuerza moral más potente del mundo está en Jesucristo. Si nosotros, como padres, descuidamos nuestra propia vida espiritual, con eso dirigimos a nuestros hijos por el camino de la perdición.
Hagamos de Cristo el Señor de nuestra vida. Tanto nosotros como nuestros hijos necesitamos ese poder. Sólo Cristo nos pone a salvo de toda fuerza maligna. Él desea ser nuestro Señor. Coronémoslo Rey de nuestra vida hoy mismo.

martes, 1 de septiembre de 2009

TODA LA VIDA JUNTAS

Nacieron juntas porque eran mellizas. Y vivieron juntas toda la vida, hasta morir en enero de 1993 a los cuarenta y tres años de edad. Eran Yvonne e Yvette, dos hermanas de Long Beach, California.

A los seis años de edad comenzaron a cantar juntas. Juntas, y con otros grupos, cantaron por todo el país. Juntas actuaron en circos y en televisión, y juntas estudiaron enfermería. Siempre estaban juntas porque Yvonne e Yvette no podían separarse. Eran hermanas siamesas, unidas físicamente por la cabeza.

En la ceremonia fúnebre el pastor de ellas, John Shepherd, dijo: «Juntas nacieron, juntas vivieron, juntas alabaron a Dios en canto, juntas partieron de este mundo, y juntas llegaron al cielo.»

He aquí una historia como para hacer una película. Cuando Yvonne e Yvette nacieron, su madre, que era muy pobre y estaba separada de su esposo, tenía ya cinco hijos. Cuando le dijeron que debía internar a las siamesas en alguna institución especializada, la buena mujer contestó: «Dios me ha enviado estas niñas, y Él me enseñará como criarlas.»

¿Cómo pueden dos hermanas siamesas vivir cuarenta y tres años juntas y ser felices? ¿Cómo pudieron, a los seis años de edad, cantar juntas en la iglesia, y luego continuar su vida actuando en circos y en televisión? ¿Cómo pudieron viajar por todo el país con otros conjuntos, y sin embargo estudiar la carrera de enfermería?

Pudieron hacer todo eso conservando un carácter alegre y optimista, porque su madre confió en Dios y puso a las siamesitas en sus manos. La fe en Dios produce fuerzas increíbles donde éstas no existen.

Hay personas que niegan la realidad de un Salvador viviente. Niegan que Dios es amor. Niegan que la fe en Cristo tenga poder. Niegan que Dios puede y quiere intervenir en nuestra vida. Niegan todo lo que es cristiano, espiritual, divino y eterno. Por eso viven en la amargura, la derrota y la miseria. Y por eso mueren sin esperanza, porque nunca quisieron creer en el Dios de la esperanza. Pero vidas como las de Yvonne e Yvette McCarther son un rotundo mentís a todas esas personas que niegan la eficacia del amor de Dios.

Cristo vive, y puede dar perdón, salvación y triunfo sobre todas las contrariedades de la vida. Cuando alguien clama a Cristo en medio de sus frustraciones, Cristo está a su lado, dispuesto a tenderle una mano de salvación. Él desea ser nuestro refugio. Confiemos en Él.