miércoles, 28 de julio de 2010

FALLA EN EL SISTEMA DE FRENOS

Altas cumbres de los Andes venezolanos. El camino baja y sube como grisácea serpiente de cemento. Hay curvas, y hay descensos, y hay abismos que se abren a ambos lados del camino, ora a la izquierda, ora a la derecha. Los paisajes son de ensueño, y el tiempo, bueno y plácido.

Un autobús del liceo militar «Jáuregui» corría a excesiva velocidad. Iba cargado de jóvenes estudiantes. Al aproximarse a un puente entre las localidades de La Grita y La Fría, estado de Táchira, el chofer intentó aplicar los frenos. Pero los frenos no respondieron. El autobús falló la entrada al puente y cayó al abismo.

En la caída y en el incendio que siguió, murieron destrozados y quemados treinta y cuatro estudiantes.

Falla de frenos. Eso fue todo.

Muchas tragedias como ésta se registran anualmente en todas partes del mundo. Falla de frenos. Cuando más se necesitan buenos frenos para detener la marcha de un vehículo cargado de pasajeros, es cuando fallan. Y quedarse sin frenos es anticipo de catástrofe y de muerte.

Un auto, un camión, un tren, que se queda sin frenos, es un vehículo que se precipita hacia un desastre inevitable. ¿Y qué del hombre que se queda sin frenos morales? También se precipita hacia desastres, problemas y ruinas.

Un hombre que se queda sin frenos morales dice una palabra hiriente, que quisiera retirar en el acto, pero ya no puede. Y esa palabra hiriente puede traer la ruptura de una vieja amistad.

Un hombre que se queda sin frenos morales puede beber un día hasta rodar por el suelo, y ese puede ser el principio de su ruina total. Porque el alcohol es un inquilino insidioso que, una vez metido dentro, ya no quiere salir.

Un hombre que se queda sin frenos morales puede caer en el adulterio, y ese adulterio quebrar el corazón de la esposa, disolver el hogar, estropear la salud mental de los hijos y hacer naufragar a toda la familia.

Y es que los frenos morales del hombre son muy frágiles. Se descomponen y fallan fácilmente.

Por eso necesitamos de otros frenos, frenos que jamás fallen. Esos frenos de la conducta, las palabras y las acciones sólo los tiene Cristo. Hagamos de Cristo el Señor y Salvador de nuestra vida, y nuestro supremo conductor moral.

miércoles, 21 de julio de 2010

PARA COMPONER EL MUNDO...

Se cuenta la historia de un muchacho al que se le hacía difícil la geografía. Por más que estudiaba, le costaba trabajo ubicar los continentes, las naciones y las capitales del mundo.
Un día, su padre, a fin de ayudarle, encontró un mapa del mundo en una revista. Arrancó la página y dijo:
—Mira lo que voy a hacer, hijo.
Con una tijera cortó la página en unos cincuenta pedazos, y le dijo al muchacho:
—Ahora quiero que compongas este mapa.
El padre salió, y regresó a los quince minutos. ¡Cual no sería su sorpresa al ver que su hijo había terminado de componer el mapa!
—¿Cómo pudiste terminarlo tan pronto? —le preguntó.
—La verdad es que fue fácil —contestó el hijo—. Recordé que al otro lado de esa página había el retrato de un hombre, así que para componer el mundo, sólo tenía que componer al hombre.
Aquel muchacho tenía razón, no sólo en sentido literal sino también en sentido figurado. Porque no hay duda de que el mundo está descompuesto moral y espiritualmente. Los interminables conflictos nacionales e internacionales nos tienen desmoralizados a todos. Las tensiones políticas en el medio oriente nos tienen los nervios de punta. Bien sabemos que un enfrentamiento bélico pudiera convertirse en la guerra más terrible que el mundo jamás haya visto. Los déficits económicos del mundo nos tienen consternados. Y por si todo eso fuera poco, la deplorable condición moral que impera en el mundo —la deshonestidad, la deslealtad, el descaro y el desenfreno en las pasiones y en los vicios— nos tiene a todos descontrolados. Es innegable que el mundo se encuentra en una condición deplorable. Está descompuesto por fuera y por dentro. ¿Acaso hay alguna forma de componerlo?
Sí, la hay. La forma está en la solución que halló el muchacho de la anécdota: para componer el mundo hay que componer al hombre. El mal no radica en la geografía ni en el medio ambiente sino en el género humano y en su herencia. El hombre heredó su naturaleza pecaminosa de su progenitor Adán. Fue por el pecado de Adán que comenzó a descomponerse el mundo. De ahí que ahora, para que se componga el mundo, es necesario que el hombre permita que Dios lo componga a él individualmente. Tiene que reconciliarse con Dios, pidiéndole perdón por el pecado que practica a raíz de haber heredado esa naturaleza pecaminosa.
Cuando nos reconciliamos con nuestro Creador, Él nos transforma a tal grado que nos hace una nueva creación. Nos compone desde adentro hacia afuera mediante un renacimiento espiritual. No comencemos por nuestro vecino; comencemos, más bien, por nosotros mismos. Invitemos a Jesucristo, el Hijo de Dios, a que tome posesión de nuestro ser. Él compone a todo el que le da la oportunidad de hacerlo.

martes, 20 de julio de 2010

BAJO VIGILANCIA CONSTANTE: LA CONCIENCIA

La muchacha, bonita y agraciada, primero trató de correr a lo largo de la cuadra. Luego saltó una verja y atravesó un parque. Después subió a un taxi, y dio la vuelta a la manzana. Posteriormente trató de permanecer bajo la lluvia, a pesar de esa molestia. Pero en ningún momento logró desembarazarse de la otra mujer, una policía.

Ese procedimiento fue parte de la nueva táctica que Denise Pereira, de la División de Crímenes en la Calle de la policía de San José, California, tomó contra las prostitutas. Como es imposible arrestarlas a todas, Denise Pereira dispuso ponerles una acompañante que no se despegara de ellas durante todo el día. Como resultado, la prostitución en la ciudad disminuyó un noventa por ciento.

Esto de poner una escolta constante a una mujer que se dedica al amor ilícito fue, al parecer, una idea genial. De todas las prostitutas que había en determinado sector de la ciudad, sólo quedaron cinco. Las demás se vieron obligadas a dejar su oficio o a irse a otra parte. ¡Les era imposible realizar su negocio cuando a medio metro tenían a una mujer policía!

¿Qué tal si se pudiera poner una escolta policial a cada delincuente de los que pululan en las ciudades? ¿Qué tal si cada ladrón, cada asaltante, cada violador, tuviera siempre, las veinticuatro horas del día, un vigilante que no le perdiera pisada?

Sin duda que el crimen descendería mucho en todas partes. ¿Qué tal si cada marido, de esos a quienes les gusta engañar a su esposa, o cada esposa, de aquellas a quienes les gusta hacer lo mismo, tuvieran día y noche un guardia que los tirara de la manga no bien planearan hacer algo feo? ¿Se reduciría con eso el número de infidelidades, y por ende, de hogares destrozados?

Pero es imposible ponerle a cada hombre, a cada mujer, un vigilante sempiterno. ¡Necesitaríamos que la mitad de la población humana vigilara a la otra mitad!

Por eso Dios ha puesto en el ser humano un vigilante interno. Es la conciencia. La conciencia vigila, acusa, advierte, aconseja, habla, grita, clama. Si nos acostumbramos a escuchar la voz de nuestra conciencia, y nuestra conciencia está iluminada por la Palabra de Dios, difícilmente caeremos en el delito.

lunes, 19 de julio de 2010

«LO CORTÉS NO QUITA LO DELINCUENTE»

Shirley Leddy trabajaba de cajera en un establecimiento comercial en San José, California. Un día entró en el almacén un cliente joven, bien vestido y de finos modales. Al rato, el joven se acercó a la caja, le mostró a Shirley el reluciente cañón de su revólver, y le pidió con toda cortesía:

—Señorita, tenga la bondad de entregarme todo el dinero que hay en la caja.

Shirley contestó con toda calma:

—¿Me permite contar el dinero para poder informarle a la compañía de seguros el monto exacto del robo?

—No se moleste —respondió con diplomacia el asaltante—; yo lo voy a contar de todos modos. Tan pronto como lo cuente, la llamo y le digo la suma por teléfono.

Y cumplió su palabra. Casi una hora después, el ladrón llamó por teléfono a la cajera y le dijo:

—Son 3483 dólares en total.

Acto seguido, se despidió de ella con respeto y colgó el auricular.

Si bien este caso no sirve para ilustrar el refrán que dice: «Lo cortés no quita lo valiente», sí se presta como ilustración si lo modificamos un poco, de modo que diga: «Lo cortés no quita lo delincuente.» Porque el asaltante mostraba suma cortesía, consideración y cultura en todas sus maneras. La ropa que vestía era elegante, de las mejores marcas, y lucía impecable. Su rostro, su peinado y aun la colonia que usaba revelaban su delicadeza y sus buenas costumbres.

Nada en el aspecto exterior de aquel hombre era malo. Lo malo lo tenía en el interior, en el alma, en el corazón. Por fuera era todo un caballero; por dentro, un vulgar delincuente. Lo cortés de sus modales, sus gestos y sus palabras no quitaban que fuera un simple malhechor.

Aunque por lo general no quieran admitirlo, así son muchos de los que conforman la sociedad actual. Han aprendido a hablar, a vestir y a comportarse con corrección y pulcritud en público, pero en privado son corruptos y sucios. Se parecen a los fariseos a quienes Jesucristo tildó de hipócritas «que son como sepulcros blanqueados. Por fuera lucen hermosos pero por dentro están llenos de huesos de muertos y de podredumbre. Así también ustedes —los acusó Cristo—, por fuera dan la impresión de ser justos pero por dentro están llenos de hipocresía y de maldad.»1 Y así como pudo haberse descrito al joven ladrón de San José, California, Cristo dijo que tales fariseos «limpian el exterior del vaso y del plato, pero por dentro están llenos de robo y de desenfreno».2

La solución que ofrece Cristo es evidente. Hay que limpiar por dentro el vaso y el plato, para que quede limpio también por fuera.3 Gracias a Dios, para apropiarnos de esa solución sólo tenemos que confesarle nuestros pecados para que Él nos los perdone y nos limpie de toda maldad.4
1 Mt 23:27
2 Mt 23:25
3 Mt 23:26
4 1Jn 1:9

domingo, 18 de julio de 2010

CUANDO EL RÍO SE DESBORDA

El cielo se encapotó sobre Tijuana, México. Las primeras gotas de lluvia comenzaron a caer. Era una tormenta que venía desde el sur, originada en el Pacífico. En pocas horas cayeron 120 milímetros de agua.
El río Tijuana, por lo general tranquilo y de poca agua, se convirtió en un torrente arrollador. Doce personas murieron en el torrente. Un vecino dijo, llorando ante las cámaras de televisión: «Lo he perdido todo: mi casa, mis muebles, mi camión. El río se lo llevó todo.»
¡Qué terrible es la fuerza de un río que se desborda! Esto ocurre en ríos de valles estrechos, cuyas aguas nacen entre montañas. La lluvia que se descarga torrencialmente en el embudo de las montañas corre por el estrecho canal con fuerza arrolladora. Sobrepasando la capacidad del río, el agua se desborda e invade campos y terrenos, casas y pueblos, causando grandes desastres.
Los habitantes de Tijuana se valieron de un recurso. Amarraron una cuerda larga a un lugar en tierra firme, se agarraron de la otra punta, y uno a uno se fueron salvando. Tijuana nunca olvidará esa amarga tragedia.
Si bien la cuerda fue la salvación para muchos en Tijuana, ¿qué cuerda hay para las tormentas de la vida? El padre de familia, cuando todo va bien, es como un río manso que corre lentamente, al lado del cual da gusto vivir. Pero si toma un par de tragos de más, ese alcohol se mete en su cerebro y comienza a correr con la violencia de un río desbordado, causando estragos, destrucción y aun muerte. ¿Y de qué cuerda se agarra la esposa que sufre a causa de él?
El hijo, orgullo y esperanza de sus padres, comienza a faltar a la escuela. Llega muy tarde a la casa. Por momentos, sin motivo alguno, se enloquece y golpea a cuantos están a su lado. Cuando por fin todo sale a la luz, se descubre que es drogadicto, y cuando se quiere detener el mal, es ya un río violento que arrasa con todo lo que tiene por delante. ¿Y de qué cuerda se agarran los confundidos padres?
¿Habrá algún remedio contra el dominio del alcohol o de las drogas? ¿Habrá alguna cuerda que salve al que se hunde en el río de la desesperación?
Sí la hay. Es Jesucristo. Él tiene poder para dominar las fuerzas primitivas que bullen en el corazón humano. Y tiene poder para salvar a todo el que en Él cree. Cristo es la cuerda salvadora. Busquémoslo. Entreguémosle nuestra vida. Él quiere y puede ser nuestro Salvador.

viernes, 16 de julio de 2010

«CASTIGUÉ A MI HIJA MAYOR CON UN LÁTIGO»

Soy madre de cuatro niñas. Sus edades van de tres [a] quince años. Hace dos semanas castigué a mi hija mayor con un látigo muy fuerte, ya que ella no estaba obedeciendo. [Luego de que] ella [salió], mostrando las marcas [del castigo] en los brazos... me sentí mal. Nunca lo había hecho de esa manera, pero quería que ella reaccionara.
»Mi pregunta es: ¿Hasta qué edad debo corregir a mi hija físicamente? ¿Dice algo sobre esto la Biblia?»
Este es el consejo que le dimos:
«Estimada amiga:
»Sus preguntas son de interés para muchos padres de familia. La Biblia sí menciona la disciplina física de los hijos varias veces en el libro de los Proverbios. Sin embargo, no dice nada específico en cuanto a la edad apropiada ni a los métodos apropiados para ejercerla....
»Como padres que somos de cinco hijos, nosotros llegamos a la conclusión de que el darle una palmada en la mano a un niño pequeño era un modo eficaz de evitar que tocara una estufa caliente o un tomacorriente. La mayoría de los niños menores de tres años de vez en cuando necesitan que se les dé una palmadita en la mano o en las nalgas para evitar que corran peligro. Sin embargo, tan pronto como nuestros hijos llegaron a la edad en que podían comprender las consecuencias, cambiamos nuestros métodos. De ahí en adelante empleamos alternativas a la disciplina física porque estábamos convencidos de que esas alternativas eran más eficaces.
»Cuando se le aplica la disciplina física a un niño pequeño, es sumamente importante que no se haga con enojo. Muchos padres hacen caso omiso de la desobediencia hasta que el niño hace que se enojen. Entonces la emprenden a golpes contra los hijos, pegándoles en los brazos, en las piernas y hasta en el rostro. Eso nunca es aceptable. El castigo físico apropiado sólo debe aplicarse en la mano o en las nalgas del niño pequeño, y sólo debe dolerle uno o dos segundos y nunca dejarle una marca. Nosotros creemos que la mano es el mejor instrumento de castigo debido a que uno puede sentir la fuerza con que está dando la palmada....
»Hay tres razones por las que creemos que usted se equivocó al castigar a su hija con un látigo. En primer lugar, ella es muy grande para que se le castigue físicamente. En segundo lugar, usar un látigo no es la manera aceptable de castigar a un niño. Y por último, el castigo le dejó marcas en el cuerpo, lo que quiere decir que usted empleó demasiada fuerza. Le recomendamos que le diga a su hija que lo siente mucho, y que le explique por qué estaba usted tan alterada. Además, haga una lista de consecuencias apropiadas para la edad que tiene ella y explíquele que se valdrá de esas consecuencias para castigar cualquier desobediencia futura.
»¡El ser padre o madre no es nada fácil!.
Cuando sea necesario castigar a un hijo, es mejor pensar, antes de propinar un castigo.Ore a Dios y pídale que lo oriente, que el Espíritu Santo le revele la forma de actuar; acérquese a su hijo y converse con él,juntos oren y pidan dirección a Dios.Recuerde que un día él será padre o madre, y así actuará.

miércoles, 14 de julio de 2010

DOBLE ABANDONO

«Quédate aquí —dijo la mujer aparentando afecto—. Aquí vas a estar bien. Verás correr a los perritos y te vas a entretener.» Luego puso una bolsa con pañales a su lado y una nota escrita que decía: «Me llamo John King; padezco la enfermedad de Alzheimer», y desapareció, abandonando al anciano en una pista de carreras de perros.
La que abandonó al anciano era Sue Gifford, mujer de cuarenta y un años de edad. El anciano abandonado era su propio padre, de ochenta y dos años, víctima de Alzheimer. Para librarse de la carga que significa esa enfermedad, la hija lo llevó a una pista de carreras de perros y lo abandonó en su silla de ruedas. El juez la condenó a seis años de prisión.
Este caso, que apareció en uno de los periódicos de Estados Unidos, conmovió a toda la comunidad. Se sabe que la enfermedad de Alzheimer es dolorosa. Deja a la persona totalmente inhabilitada. Ya no puede valerse por sí misma. Es un caso patético del ser humano que ha perdido lo mejor que tiene: la chispa de la inteligencia. Esa es la condición de la víctima de Alzheimer. Es una muerte en vida.
No obstante, hay una ley universal que descansa sobre el ser humano: «Honra a tu padre y a tu madre, para que disfrutes de una larga vida en la tierra que te da el Señor tu Dios» (Éxodo 20:12). Es el quinto mandamiento del decálogo de Moisés. Abandonar a los padres ancianos por cualquier causa que sea, y especialmente si es sólo por quitarnos de encima el estorbo que ellos nos resultan, es el colmo de la ingratitud y el desprecio.
En muchos lugares hay establecimientos excelentes que se especializan en prestar la atención debida a los ancianos. Y muchos hijos, con sabiduría y cariño, internan allí a sus progenitores inhabilitados. Pero no los abandonan. Los visitan. Y los hijos se toman el tiempo de estar con ellos, mostrando preocupación y ternura.
Sin embargo, cuando los hijos no tienen la facilidad de internar a sus padres en lugares como esos, tienen que ponerse en juego otros recursos. En tales casos hace falta un amor muy especial y un cariño único.
El mandamiento de honrar a nuestros padres viene de Dios. También vienen de Dios, para quien los desee, la inspiración, la paciencia y la determinación de proceder conforme a los eternos y justos mandamientos divinos. Honremos a nuestro padre y a nuestra madre. Algún día seremos nosotros los que recibamos esa honra.

sábado, 10 de julio de 2010

JUSTOS POR PECADORES

Alto, buen mozo, de treinta y un años de edad, cayó sin embargo en una profunda depresión. A pesar de ejercer una buena profesión —la de taxidermista— en Génova, Italia, había sido incapaz de conquistar a una señorita.
Esto llevó a Francesco Grandi a caer en la vorágine de la depresión suicida. Al llegar una noche a su apartamento, abrió la llave del gas. Cuando juzgó que ya había suficiente gas en la habitación, encendió un fósforo. Instantáneamente se produjo una tremenda explosión.
Milagrosamente, Francesco quedó vivo, con sólo un brazo fracturado, pero cuatro jóvenes, que dormían en el apartamento de al lado, murieron. «Otra vez —comentó Mario Valucci, investigador de la policía— justos pagaron por pecadores.»
Esta se ha convertido en una frase proverbial: «Pagar justos por pecadores.» Es una frase que al parecer está respaldada por muchos hechos de la vida. Y no es sólo en los tribunales de justicia que se absuelva a pecadores y se castigue a inocentes, sino que en la vida diaria parece ocurrir lo mismo.
Un hombre borracho sale a escape con su auto por la carretera. Por el alcohol que tiene en el cerebro, pierde el control del vehículo y se estrella contra un autobús escolar. El conductor del auto sale ileso, pero en el autobús hay muchos heridos, y doce niños pierden la vida. Inocentes pagan por un culpable.
Un padre de familia abandona a su esposa y a sus seis hijos, y se da a una vida de juergas, francachelas y correrías con otras mujeres. Su pobre esposa se enferma y muere de la desilusión, y los seis niños engrosan las filas de los huérfanos. Uno solo ha pecado, pero siete inocentes sufren las consecuencias.
Un joven de sólo veintidós años de edad se entrega a las drogas. Su vicio demanda una enorme cantidad de dinero. Trastornado, se arma de un rifle automático, entra en un restaurante popular, y mata a veintidós personas. Ninguna de ellas era culpable de aquel vicio; todas eran inocentes. Y sin embargo trescientas personas —parientes y amigos de las víctimas— se sumen en el dolor por la culpa de uno solo.
Estos casos, recogidos de recientes crónicas policiales, nos llevan a preguntarnos: ¿Acaso siempre tienen que pagar los justos por los pecadores? La respuesta es: «No.» Lo que ocurre es que nuestra vida es muy corta para ver el punto final. El Juez eterno y justo no permitirá que la justicia divina quede burlada.
Mientras tanto, sometámonos al señorío de Cristo. Él nos será fiel. Él sabe castigar al culpable y recompensar al inocente.

viernes, 9 de julio de 2010

«MI ESPOSA... ME DESPRECIA... Y ME FINGE AMOR»

«He tomado la determinación de suicidarme porque siento que he perdido todo. Tengo treinta años de casado. Trabajé mucho y fui un déspota con mi esposa, pero nunca fui un irresponsable. Logré educar a mis cinco hijos....
»No teníamos ni dos años de casados [cuando] descubrí que mi esposa me [fue infiel] con su jefe de trabajo.... La perdoné, pero ahora ella me desprecia, y siento que me finge amor.... Que Dios me perdone, pero sólo muerto pienso que dejaré de sufrir...»
Este es el consejo que le dimos:
«Estimado amigo:
»Usted sabe que el suicidio no es la solución, y por eso decidió contarnos su caso. El suicidio deja un estigma y causa una herida emocional en todos los miembros de la familia del suicida. Estamos seguros de que usted no quiere hacerles eso a sus hijos después de tanto esfuerzo que hizo por educarlos. Ni quiere privar a sus nietos de un abuelo que los ama y que tiene mucho que aportar a la vida de cada uno de ellos.
»Nosotros no somos médicos, pero nos parece que sus palabras revelan que es probable que usted esté sufriendo de una depresión clínica. Este tipo de depresión puede deberse a un desequilibrio químico en su cuerpo que normalmente requiere medicamentos y consejería para mejorarse. Le instamos a que consulte a un médico y le diga cómo se siente. No deje de decirle que ha considerado el suicidio....
»Comprendemos que tiene problemas conyugales difíciles, pero la causa de su desesperanza es la depresión. Lo animamos a que lea el libro de Eclesiastés en la Biblia. Se basa en la vida de un rey en Jerusalén, identificado como “el Maestro”, que parece haber sufrido la misma desesperanza que siente usted. Él dice: “¿Qué gana el hombre con todos sus esfuerzos y con tanto preocuparse y afanarse bajo el sol? Todos sus días están plagados de sufrimientos y tareas frustrantes, y ni siquiera de noche descansa su mente. ¡Y también esto es absurdo!”1 Pero antes del fin del libro, el Maestro reconoce que una relación con Dios es la solución para encontrar la esperanza que necesita para seguir viviendo. Es Dios quien puede darle sentido a la vida y darnos fuerzas para afrontar las luchas de hoy y de mañana.
»La depresión oculta los aspectos positivos de su vida y resalta los negativos. Usted puede contrarrestar esa fuerza destructiva al hacer una lista de todas las cosas por las que está agradecido y al leerla varias veces al día. Comience la lista anotando los beneficios esenciales de que disfruta, tales como alimentos, vivienda y protección. Muchos en este mundo carecen hasta de esas necesidades básicas. Incluya en la lista el hecho de que usted puede leer y escribir y hasta tiene una ventana al mundo por Internet. Y no olvide anotar en la lista la bendición de tener cinco hijos saludables.
»Le deseamos lo mejor,y que Dios lo bendiga.Amén


1Ec 2:22-23

viernes, 2 de julio de 2010

«EL PROVECHO DE LA AGONÍA»

La tragedia ocurrió de noche en una de las capitales más grandes del mundo. Joseph Hawkins, de veintiún años de edad, se encontraba en el patio de su casa cuando lo mataron a tiros desde un auto que pasó velozmente. Se suponía que el joven había tenido vinculación con alguna pandilla de muchachos de la comunidad, aunque esto no pudo comprobarse. Fue un gran dolor para toda la familia.
La madre de Joseph, Loma Hawkins, quien no se amilanó ante su muerte, lanzó un programa de televisión que tituló «El provecho de la agonía», en el que invitó a todas las madres que habían pasado por una experiencia similar a venir a exponer ante las cámaras su sentir. El proyecto comenzó a tomar auge.
No obstante, dos años después la tragedia golpeó por segunda vez el hogar de Loma. Un segundo hijo, Geraldo, de diecisiete años de edad, fue asesinado en idéntica forma. El dolor para Loma fue casi insoportable. Pero al preguntarle si seguiría con el programa, ella respondió con énfasis: «Sí, y ahora con doble razón.»
He aquí una madre doliente y sufrida, pero noble, valiente y determinada, que tomó su desgracia como algo inevitable, y dándole vuelta al dolor, lo usó para lanzar un proyecto que tenía el fin de cambiar el destino de su comunidad. En la zona donde ella vivía, ese tipo de homicidios ocurrían a diario. El esfuerzo de esta mujer contribuyó a cambiar la situación.
El comentario de ella fue: «Espero abrir camino, poco a poco, en la conciencia de todo adolescente que, por tener un auto potente y un arma de fuego en la mano, se cree con derecho a matar al que se le ocurra.»
Ante desgracias como ésta, la reacción del doliente toma uno de dos cursos: o sume a la persona destrozada en una profunda depresión de la cual no encuentra, ni desea encontrar, salida, o reacciona como lo hizo Loma Hawkins, quien ante el terrible dolor de ver a su hijo muerto a balazos, alzó la vista al cielo y dijo: «Señor, ayúdame a encontrarle algún provecho a esta tragedia.»
Ella no sólo se permitió hallar consuelo y fortaleza, sino que actuó inmediatamente en auxilio de otros. Y en su dolor, usó su agonía para lanzar un proyecto con el fin de cambiar a su comunidad.
En medio de la desesperación, podemos pedirle a Dios gracia para llenar primero nuestro propio corazón con amor y perdón, y luego para ayudar a otros que tienen aflicciones afines. Él es más grande que toda tragedia, y puede cambiar en provecho lo que es desastre. Dios sólo espera que acudamos a Él.