jueves, 25 de octubre de 2012

POR EL ALCOHOL Y LA DROGA , LOS HIJOS YA NO OBEDECEN

«YA LOS HIJOS NO HACEN CASO»
por Carlos Rey

Una vez que cursó la primaria, Rey David Fernández Martínez se negó a seguir estudiando. No bien había cumplido los diecisiete años, ingresó en el mundo de las drogas por invitación de sus «cuates» del barrio Ley en la Colonia México de la ciudad de Veracruz.
A las ocho de la mañana del sábado 24 de junio de 2006, camino al trabajo que había conseguido con su primo, Rey David llevó a sus hermanitos José Luis y Óscar Josué a la fonda de antojitos donde su mamá, Joaquina Elena, vendía picadas por la mañana y mariscos al mediodía. A las cinco y media de la tarde, salió del trabajo con los ciento veinticinco pesos que le había pagado su primo, y compró cerveza en una tienda. Iba rumbo a su casa, para bañarse antes de salir esa noche con su novia Ibis. Pero no llegó hasta las siete y media, ya que en el camino se metió una «piedra» de cocaína con su amigo «El gusano», con el que tomó más cerveza un poco después, y luego los dos se encontraron con otros dos amigos, quienes los invitaron a tomarse otras cervezas.
Como a las ocho de la noche, salió con Ibis para escuchar al hermano de ella cantar en la plazuela del callejón de la Campana. Más tarde, en otra cantina entre las once y la medianoche, se metió otra «piedra» de cocaína con otro amigo de diecisiete años de edad. Volvió a encaminarse a su domicilio, pero una cuadra antes de llegar se detuvo en un lugar donde tomó más cerveza, ingirió tres de cinco pastillas psicotrópicas que le regaló un conocido apodado «El pirata» y, por si eso fuera poco, tomó más cerveza aún con otro de sus «cuates». A esas alturas se le había acabado el dinero, pero en lugar de buscar a quién atracar para tener con qué comprar más droga, como le proponía este último compañero de vicio, decidió buscar dinero en su casa.
Allí lo recibió su mamá entre la una y las dos de la madrugada. Era tal el estado de embriaguez del hijo que la disgustada mujer, según declaró Rey David, comenzó a regañarlo y le dio una bofetada. Ante esto, el drogado adolescente se encolerizó y, asestándole múltiples golpes con un tubo de plomería y decenas de planazos, tajos, y punzadas con un machete y un picahielo, mató brutalmente a la autora de sus días.
Acto seguido, el joven asesino sacó del monedero de su moribunda madre cuatrocientos pesos y su celular para ir a comprarse más «piedras» de cocaína y así poder seguir drogándose.
Algún tiempo después de ser arrestado, Rey David, con cara de niño a pesar de medir casi dos metros de altura, expresó: «Estoy arrepentido... ya no voy a volver a drogarme... quisiera salir de aquí... mis hermanitos se quedaron solos...»
La señora Natividad Rodríguez, residente de la misma colonia, comentó: «Ya se perdió el respeto a los padres, ya los hijos no hacen caso...»1
El comentario de aquella vecina nos recuerda este atinado consejo del sabio Salomón, que a todos nos conviene acatar:
El hijo sabio atiende a la corrección...
pero el insolente no hace caso...
Escucha, hijo mío...
Aférrate a la instrucción, no la dejes escapar....
No... vayas por el camino de los malvados....
Su pan es la maldad;
su vino, la violencia....
Porque al final acabarás por llorar...
Y dirás: «¡Cómo pude aborrecer la corrección!»2

1Evaristo Gutiérrez Ramírez, «El joven que mató a su madre a machetazos confiesa paso a paso qué fue lo que hizo», Gobernantes.com <http://www.gobernantes.com/Interiores/ Locales%202006/Veracruz/ver2606_10.htm> En línea 5 julio 2006
2Pr 13:1; 4:13,14,17; 5:11,12


martes, 2 de octubre de 2012

QUIEN OYE CONSEJO, SEGURO LLEGA A VIEJO

«DEL VIEJO, EL CONSEJO»









(Día Internacional de las Personas de Edad)

«Recuerde en todo momento que el dinero que usted guarda no es suyo. Lo único que importa es salvar el pellejo. Si se le ocurre hacerse el héroe, ya sabe lo que le espera.» Quien así hablaba era José Shapiro, dando clases en un Instituto de Formación de Empleados Bancarios.

Shapiro sabía lo que estaba diciendo. Era un veterano asaltante de bancos, y había estado en la cárcel varias veces. Ahora, rehabilitado y regenerado, dedicaba su tiempo a asesorar a empleados bancarios cómo proceder en caso de un asalto. «El cajero debe incluso sonreírle al ladrón —recomendaba Shapiro—, porque así puede pescar algún detalle especial, tal como un diente de oro, que sirva para identificar al maleante, si éste sonríe también.»

Entre los muchos oficios pintorescos del mundo moderno tenemos el de José Shapiro. Con una larga trayectoria como asaltante, entró por fin en el camino del bien, y como conocía todos los trucos y artimañas del asaltante, les enseñó a los empleados bancarios cómo reaccionar en el momento crítico de enfrentarse al cañón de una pistola.

Hay un refrán que dice: «Del viejo, el consejo», porque el pueblo sabe que los años acumulan, junto con las canas, mucha experiencia. Y como «la experiencia es la mejor maestra», según otro conocido refrán, más vale que aprendamos de ella todo el mal que no debe hacerse, y el bien que puede hacerse y no se hace.

¿Qué pasaría si cada uno, al llegar a los cincuenta años, comenzara a enseñar a los más jóvenes todo lo que no se debe hacer? Quizá las nuevas generaciones, si estuvieran en disposición de aprender, irían perfeccionando su vida moral.

Tal vez el mayor deber de los padres sea advertirles a sus hijos acerca de las cosas que no deben hacerse porque acarrean fracaso, amargura y dolor. «Un padre que da consejos, más que padre, es un amigo», dice el famoso poema Martín Fierro, del argentino José Hernández.

Los jóvenes necesitan escuchar a los mayores para así recibir el beneficio de la experiencia que éstos tienen que ofrecerles. Pero «la experiencia —dijo alguien— no consiste en las cosas que se han visto, sino en aquellas en las que se ha meditado.» Porque vivir sin reflexionar sobre el orden moral de la vida, es poco más que existir.

¿Por qué no reflexionamos sobre los siguientes proverbios afines del sabio Salomón?

«Hijo mío, obedece el mandamiento de tu padre

y no abandones la enseñanza de tu madre....

Cuando camines, te servirán de guía;

cuando duermas, vigilarán tu sueño;

cuando despiertes, hablarán contigo.1

Hijo mío, atiende a mis consejos;

escucha atentamente lo que digo.

No pierdas de vista mis palabras;

guárdalas muy dentro de tu corazón.

Ellas dan vida a quienes las hallan;

son la salud del cuerpo.

Por sobre todas las cosas cuida tu corazón,

porque de él mana la vida.»2





1Pr 6:20,22

2Pr 4:20‑23 www.conciencia.net