jueves, 24 de marzo de 2011

«¿CÓMO PUEDO... HABLAR CON ELLA SIN DISGUSTARNOS?»

«Hace menos de un año me casé. Amo a mi esposa... pero hemos tenido problemas, ya que cuando hay algo que nos disgusta y nos hace pelear, intento resolver para no dejar que pase y poder dormir con tranquilidad y en [armonía]. Pero ella se queda callada en vez de resolver, y eso me molesta mucho, por lo que me hace actuar de mala manera, no pegándole pero sí ignorándola en varias ocasiones.

»¿Cómo puedo hacer, o cuál es la manera para que yo pueda hablar con ella sin disgustarnos? ¿Cómo puedo llevar una conversación sin herirla?»

Este es el consejo que le dimos:

«Estimado amigo:

»... Por lo general, las mujeres y los hombres responden al conflicto de modos distintos. Algunos expertos dicen que el promedio de palabras dichas cada día por las mujeres llega a veinticinco mil, mientras que el promedio entre los hombres es de sólo diez mil palabras al día. Las mujeres son propensas a querer hablar acerca de sus emociones y de los pormenores de cada situación, mientras que los hombres tienden a querer ir al grano, identificar el problema y resolverlo cuanto antes. Ni una ni otra alternativa es la correcta o la incorrecta, sino que entre los cónyuges debe haber acuerdos.

»Cuando una mujer (o un hombre) se niega a hablar acerca de un problema, por lo general hay algo del pasado que está afectando esa conducta presente. Muchas veces las mujeres no hablan porque se han dado cuenta de que los hombres en realidad no quieren oír todos los pormenores ni las emociones. Y sin embargo ellas pudieran convencerse de que no se vislumbra ninguna solución del problema sin exponerse al proceso de expresar sus sentimientos y de ser oídas y comprendidas por su esposo. Los esposos no quieren más que resolver los problemas y evitarse todo el parloteo....

»Nosotros estamos totalmente de acuerdo con el principio bíblico que dice que no debemos permitir que el sol se ponga estando aún enojados.1 Al principio de nuestro matrimonio, tratamos de resolver todo conflicto antes de dormirnos cada noche. ¡Sí que perdimos sueño! Un día nos dimos cuenta de que podíamos dormirnos sin haber llegado todavía a un acuerdo, pero no sin antes habernos pedido perdón el uno al otro por palabras que nos habíamos dicho enojados y habernos puesto de acuerdo sobre una hora del día siguiente en que volveríamos a tratar el asunto. Aprendimos que podíamos superar nuestro enojo y concentrarnos en solucionar el problema específico.

»En cada discusión, las parejas pueden mostrarse respeto mutuo por sus opiniones particulares respectivas, emplear palabras amables, y escuchar sin interrumpir, aun cuando no estén de acuerdo en los pormenores. Tal vez requiera meses de práctica de estos principios sencillos, pero si se dedica a hacerlo, su esposa tarde o temprano comenzará a comunicarle sus pensamientos y sus sentimientos.

»Le deseamos lo mejor,

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1 Ef 4:26

miércoles, 9 de marzo de 2011

UNA CITA FINAL

Lleno de angustia y tristeza, pero sereno, el joven subió a su auto. Tenía una cita urgente. A las seis de la tarde, en la glorieta de la Fuente de Agua en la Avenida Palma de la Ciudad de México, tenía un último encuentro con su novia.

Lanzó su auto a toda velocidad. Corrió sin mirar el velocímetro, ni altos ni luces rojas. Al acercarse a la glorieta, divisó a la joven. El sólo verla acrecentó su dolor. Acelerando el vehículo a gran velocidad, se estrelló contra el monumento. El accidente fue horrible. El joven quedó muerto ahí mismo ante la mirada horrorizada de la mujer que lo había abandonado.

Las crónicas periodísticas traen de todo. Esta vez fue una historia romántica pero triste. Un joven, cuyo nombre no recogió la crónica, le pidió a su novia, que lo había dejado, una última cita. Una cita de despedida. Una cita que habría de ser la definitiva. Y, en efecto, fue la definitiva, porque incapaz de soportar el desengaño, el joven, en la forma más drástica, puso fin a sus días.

Muchas veces ocurren tragedias como esta en la problemática y azarosa vida humana. Cuando más creemos haber encontrado la completa felicidad, descubrimos que todo fue una ilusión, y la decepción nos mata. Cuando pensamos que ya tenemos la fortuna en las manos, algo nos hace perderlo todo y nos reduce a la pobreza. Cuando creemos alcanzar el triunfo artístico, o deportivo o político, nos vemos de pronto paladeando el amargo sabor de la derrota.

¿Qué hacer en esos momentos? ¿Cómo sobrellevar esas decepciones?

Muchos se entregan a la desesperación. Echan mano del veneno, o de la horca o de la pistola, y acaban con su vida. Otros se sumergen en un pozo de alcohol o de droga. Otros se vuelven eternos resentidos y amargados. Y aún otros entran en un profundo e interminable período de depresión.

¿Serán éstas las únicas opciones ante el fracaso? No, hay otra. Es la opción espiritual. Aun en medio del más espantoso fracaso o de la más triste decepción, siempre queda Dios.

Jesucristo, el Señor viviente, es el Salvador de los fracasados. Él está cerca de cada persona necesitada que invoca su presencia. Y Él está cerca de cada uno en este mismo momento.

Clamemos a Cristo. Él nos responderá y nos levantará de la desesperación. Él nos dará la misma victoria que les ha dado a muchos otros, porque nunca falla. Cuando toda otra supuesta solución ha fracasado, siempre queda Dios.