«No me siento bien; me siento sola. Por eso quiero entregarme a Cristo, pero no sé cómo.
»Me gustaría saber cuál es la religión que debo escoger. Por favor, ayúdenme.»
Este es el consejo que le dimos:
«Estimada amiga:
»¡Qué buen consejo el que nos pide! Corresponde a una de las inquietudes más comunes de todos los siglos.
»En una ocasión se encontraba Jesucristo al mediodía cerca de un pozo en las afueras de Samaria, una región en la ribera occidental del río Jordán. Jesús y sus seguidores tenían hambre, así que Él los había mandado al pueblo para que compraran comida. Él se quedó al lado del pozo para conversar con las personas que llegaran a sacar agua. Poco después se acercó una mujer que se sorprendió cuando Jesús le pidió que sacara un poco de agua para que Él tomara. En la conversación que surgió a raíz de esa petición está la respuesta a su inquietud respecto a cuál religión debiera escoger....1
»En la conversación que sostuvo con la mujer, Jesús dejó en claro que la manera de tener una vida plena en este mundo y vida eterna en el cielo no era escoger un sistema religioso. Es más, durante su breve vida en este mundo, Jesús criticó más que cualquier otra cosa los sistemas religiosos y las personas que los practicaban. Así que la respuesta a su inquietud, amiga querida, es: ¡No escoja una religión!
»Más bien, lo que Jesús le dijo a aquella mujer y lo que nosotros le diríamos a usted hoy es que escoja una relación, es decir, una relación personal con Dios. ¿Qué queremos decir con eso? Que comience a hablar con Dios usted misma dándole a entender que quiere cultivar una relación íntima con Él. Que reconozca ante Él que usted no es santa como es Él, y que quiere que Él perdone sus pecados, que la han separado de Él. Y que permita que Él le hable mientras usted lee y medita en la Biblia. Al dedicarle tiempo a la lectura de la Biblia y a la oración, Dios le ayudará a saber qué decisiones tomar en el futuro.
»El camino que conduce a una vida plena en este mundo y a una eternidad en el cielo es a través de un peregrinaje diario que se propone tener una relación íntima con Dios. Hay muchas actividades que le ayudarán en su peregrinaje, incluso el encontrar a otras personas que hayan emprendido el mismo viaje y aprender de ellas. Tales personas se encuentran a veces en iglesias que enseñan la Biblia, pero también las encontrará prácticamente adondequiera que vaya. Los genuinos seguidores de Cristo siguen el ejemplo de Él al amar y al interesarse por los demás en su nombre, y al concentrarse en cultivar una relación en lugar de una religión.
»No hay por qué esperar. ¡Comience hoy mismo su propia conversación con Dios!.
Jn 4:4-42.
jueves, 25 de febrero de 2010
lunes, 22 de febrero de 2010
ABUSO SEXUAL
«MIS PADRES NO TIENEN LA MENOR IDEA»
«Tengo una sobrina de seis años a la que no le gusta permanecer en casa de sus padres, ni mucho menos dormir allí. El padre de la niña es mi hermano (tres años mayor que yo), y la verdad es que él me acosó a mí sexualmente desde muy niña hasta casi cumplir los quince años, por lo que me abruma pensar que quizás esa también sea la razón por la que a mi sobrina literalmente le mortifique la idea de dormir allí.
»¿Qué me sugieren que haga? De mi situación particular mis padres no tienen la menor idea, y no quiero que se enteren.»
Este es el consejo que le dimos:
«Estimada amiga:
»Lamentamos mucho la amarga experiencia que usted sufrió en su niñez, y comprendemos perfectamente la razón de que se sienta preocupada por su sobrina. Aunque usted no está segura si su hermano está acosando sexualmente a su sobrina, es siempre aconsejable hacer todo lo posible por prevenir cualquier tipo de abuso.
»Usted dice que no quiere que sus padres se enteren de lo que le sucedió en su niñez. A pesar de todo, sin duda usted ama a su hermano y no quiere que él pierda el respeto de sus padres. Seguramente usted no quiere que ninguna situación desagradable arruine sus reuniones familiares, ni quiere que su hermano le guarde rencor. Lo más probable es que usted sienta algo de culpa por lo que le sucedió con él y no quiere que sus padres la tengan en menos estima....
»A Tamar, la hija del gran rey David, la violó uno de sus hermanos. Como ella tenía la edad suficiente para comprender que no era culpa suya, no trató de guardar el secreto. Y nadie le echó la culpa por lo que le había pasado.1 Creemos que a usted le conviene seguir el ejemplo de Tamar y contarles a sus padres sin demora alguna. En aquel entonces usted era demasiado joven para saber qué hacer, pero ahora sí puede comprender y responder debidamente con relación a lo que le pasó.
»Sin embargo, en cuanto a su sobrina, sería muy triste que acusara a su hermano de abusar de su propia hija si sus sospechas no resultaran ciertas. Por eso le aconsejamos que se lo diga a sus padres y que formen una alianza para descubrir la verdad. Si su sobrina necesita que se le proteja, todos juntos pueden confrontar a su hermano. Pero si resulta que nada indebido está pasando, entonces sólo sus padres sabrán lo que le sucedió a usted, y ya no tendrá que seguir sobrellevando sola ese secreto.
»Tal vez su hermano se sienta muy mal por lo que le hizo a usted. Y tal vez él jamás le haría daño a su propia hija. Sin embargo, lamentablemente no sabemos eso con certeza. Quizás usted crea que es un gran riesgo confiarles su secreto a sus padres, pero es un riesgo mucho mayor pasar por alto esa señal de alerta en potencia que usted ha visto.
»¡Sea valiente y haga lo debido!
2 de Samuel 13
«Tengo una sobrina de seis años a la que no le gusta permanecer en casa de sus padres, ni mucho menos dormir allí. El padre de la niña es mi hermano (tres años mayor que yo), y la verdad es que él me acosó a mí sexualmente desde muy niña hasta casi cumplir los quince años, por lo que me abruma pensar que quizás esa también sea la razón por la que a mi sobrina literalmente le mortifique la idea de dormir allí.
»¿Qué me sugieren que haga? De mi situación particular mis padres no tienen la menor idea, y no quiero que se enteren.»
Este es el consejo que le dimos:
«Estimada amiga:
»Lamentamos mucho la amarga experiencia que usted sufrió en su niñez, y comprendemos perfectamente la razón de que se sienta preocupada por su sobrina. Aunque usted no está segura si su hermano está acosando sexualmente a su sobrina, es siempre aconsejable hacer todo lo posible por prevenir cualquier tipo de abuso.
»Usted dice que no quiere que sus padres se enteren de lo que le sucedió en su niñez. A pesar de todo, sin duda usted ama a su hermano y no quiere que él pierda el respeto de sus padres. Seguramente usted no quiere que ninguna situación desagradable arruine sus reuniones familiares, ni quiere que su hermano le guarde rencor. Lo más probable es que usted sienta algo de culpa por lo que le sucedió con él y no quiere que sus padres la tengan en menos estima....
»A Tamar, la hija del gran rey David, la violó uno de sus hermanos. Como ella tenía la edad suficiente para comprender que no era culpa suya, no trató de guardar el secreto. Y nadie le echó la culpa por lo que le había pasado.1 Creemos que a usted le conviene seguir el ejemplo de Tamar y contarles a sus padres sin demora alguna. En aquel entonces usted era demasiado joven para saber qué hacer, pero ahora sí puede comprender y responder debidamente con relación a lo que le pasó.
»Sin embargo, en cuanto a su sobrina, sería muy triste que acusara a su hermano de abusar de su propia hija si sus sospechas no resultaran ciertas. Por eso le aconsejamos que se lo diga a sus padres y que formen una alianza para descubrir la verdad. Si su sobrina necesita que se le proteja, todos juntos pueden confrontar a su hermano. Pero si resulta que nada indebido está pasando, entonces sólo sus padres sabrán lo que le sucedió a usted, y ya no tendrá que seguir sobrellevando sola ese secreto.
»Tal vez su hermano se sienta muy mal por lo que le hizo a usted. Y tal vez él jamás le haría daño a su propia hija. Sin embargo, lamentablemente no sabemos eso con certeza. Quizás usted crea que es un gran riesgo confiarles su secreto a sus padres, pero es un riesgo mucho mayor pasar por alto esa señal de alerta en potencia que usted ha visto.
»¡Sea valiente y haga lo debido!
2 de Samuel 13
domingo, 21 de febrero de 2010
«NO DEBO DESOBEDECER A MI MAESTRA»
Con mala ortografía y torpe letra el chico comenzó a escribir. Evidentemente el muchacho era rebelde e indisciplinado. Como castigo, la maestra le había asignado una tarea especial. Debía escribir, 300 veces, la frase: «No debo desobedecer a mi maestra.»
Se trataba de Jorge Licea, de origen mexicano. Estaba asistiendo a una escuela pública en la ciudad de Los Ángeles, California. Jorge escribió, y escribió, hasta el fin de la clase. Al día siguiente Jorge llegó temprano a la escuela, pero no se juntó con sus amigos. Estaba como confundido y melancólico.
Quieto y sombrío, se detuvo en la puerta de su aula y comenzó a llorar. Luego, ante el espanto de sus compañeros, sacó de su bolsillo un revólver, se lo puso a la sien y apretó el gatillo. Jorge Licea tenía diez años de edad.
Este caso conmovió a la gran ciudad. Terminada la investigación, se halló que la causa de la tragedia no era la tarea que la maestra le había dado. El castigo sólo hizo estallar una causa que era mucho más profunda que una simple tarea.
La causa, que procedía de la vida del muchacho, tenía que ver con su hogar. Allí estaba evidenciada la fórmula de siempre: pobreza, violencia, drogas, alcohol y maltrato. El niño vivía en un infierno. Con apenas diez años de edad, ya había aguantado todo lo que un ser humano es capaz de aguantar. Y como no vio salida alguna, optó por quitarse la vida.
Así es la vida de muchos niños y niñas en este mundo perdido y desviado en que vivimos. Quizá usted, mi querido joven, se encuentra en una situación parecida. Quizá la vida suya también sea un infierno. ¿Será eso todo lo que este mundo ofrece? La respuesta, positiva y categórica, es: «¡No!»
En cierta ocasión Jesucristo dijo: «Dejen que los niños vengan a mí, y no se lo impidan, porque el reino de Dios es de quienes son como ellos» (Lucas 18:16). Cristo, el autor de la vida, tiene una compasión muy especial por todos los que sufren injustamente.
Permítanme una palabra a ustedes, padres. ¿Será el ambiente de su hogar uno que podría dar lugar a la confusión y al deterioro moral de sus hijos? Su hogar es el único albergue que ellos tienen, y la vida presente y futura de ellos será una copia exacta de lo que es el hogar suyo.
Invitemos a Cristo, queridos padres, a ser el Señor de nuestro hogar. Cuando él reina en el hogar, hay serenidad y madurez y juicio y paz. Sólo Cristo produce cordura y armonía. Él quiere salvar nuestro hogar. Permitámosle entrar.
Se trataba de Jorge Licea, de origen mexicano. Estaba asistiendo a una escuela pública en la ciudad de Los Ángeles, California. Jorge escribió, y escribió, hasta el fin de la clase. Al día siguiente Jorge llegó temprano a la escuela, pero no se juntó con sus amigos. Estaba como confundido y melancólico.
Quieto y sombrío, se detuvo en la puerta de su aula y comenzó a llorar. Luego, ante el espanto de sus compañeros, sacó de su bolsillo un revólver, se lo puso a la sien y apretó el gatillo. Jorge Licea tenía diez años de edad.
Este caso conmovió a la gran ciudad. Terminada la investigación, se halló que la causa de la tragedia no era la tarea que la maestra le había dado. El castigo sólo hizo estallar una causa que era mucho más profunda que una simple tarea.
La causa, que procedía de la vida del muchacho, tenía que ver con su hogar. Allí estaba evidenciada la fórmula de siempre: pobreza, violencia, drogas, alcohol y maltrato. El niño vivía en un infierno. Con apenas diez años de edad, ya había aguantado todo lo que un ser humano es capaz de aguantar. Y como no vio salida alguna, optó por quitarse la vida.
Así es la vida de muchos niños y niñas en este mundo perdido y desviado en que vivimos. Quizá usted, mi querido joven, se encuentra en una situación parecida. Quizá la vida suya también sea un infierno. ¿Será eso todo lo que este mundo ofrece? La respuesta, positiva y categórica, es: «¡No!»
En cierta ocasión Jesucristo dijo: «Dejen que los niños vengan a mí, y no se lo impidan, porque el reino de Dios es de quienes son como ellos» (Lucas 18:16). Cristo, el autor de la vida, tiene una compasión muy especial por todos los que sufren injustamente.
Permítanme una palabra a ustedes, padres. ¿Será el ambiente de su hogar uno que podría dar lugar a la confusión y al deterioro moral de sus hijos? Su hogar es el único albergue que ellos tienen, y la vida presente y futura de ellos será una copia exacta de lo que es el hogar suyo.
Invitemos a Cristo, queridos padres, a ser el Señor de nuestro hogar. Cuando él reina en el hogar, hay serenidad y madurez y juicio y paz. Sólo Cristo produce cordura y armonía. Él quiere salvar nuestro hogar. Permitámosle entrar.
martes, 16 de febrero de 2010
SUICIDIOS JUVENILES
Eran los días de carnaval en Río de Janeiro, y todo, como siempre, transcurría brillante, rutilante, colorido, frenético. Las escuelas de zamba rivalizaron en disfraces, en maquillajes y en danzas. Decenas de miles de turistas de todo el mundo estaban presentes para ver y experimentar el carnaval.
Terminada la euforia de la fiesta, sucedió lo que siempre sucede. Una depresión profunda cayó sobre todo Río de Janeiro. Y junto con la depresión pasó, también, lo que siempre pasa. Una ola de suicidios sacudió la ciudad. Nada menos que dieciocho jóvenes se quitaron la vida en un solo fin de semana.
¿Cómo puede ser que tras una fiesta tan fogosa haya tantas personas que caen en tal descenso emocional que llegan a ser víctimas de depresiones suicidas? Es increíble, pero eso es precisamente lo que ocurre.
Lo cierto es que los suicidios de los adolescentes constituyen una plaga mundial. Y son los países de mayor prosperidad económica, tales como Austria, Suecia, Japón y Estados Unidos, los que están más plagados.
De esa ola de suicidios en el Brasil el periódico O Estado de São Paulo sostuvo que las mayores causas son «fracasos amorosos, enfermedades, alcoholismo y problemas financieros». Y eso por no mencionar la causa principal: el ateísmo generalizado en que prácticamente ha caído la sociedad occidental.
Donde no hay fe en Dios, la desesperación y su secuela, la propensión al suicidio, son alarmantes. En cambio, donde hay fe viva y sencilla en Jesucristo como Señor, Salvador, Pastor y Amigo, se aprende a entregarle a Él todas las cargas de la vida. Y aunque se pase por circunstancias muy difíciles, no se piensa en suicidio. Se piensa en Dios, y se apela a la oración.
El cristiano genuino y sincero, el cristiano auténtico y verdadero, jamás contempla el suicidio. Sería la negación más palpable de su fe religiosa, el fracaso más grande de su testimonio cristiano. El cristiano genuino, que mantiene la comunión espiritual con Cristo, siempre encuentra, en medio de la mayor flaqueza, fuerza para sobreponerse al infortunio.
Si sentimos que ya no soportamos el extremado peso de esta vida, escuchemos las palabras del divino Maestro: «Vengan a mí todos ustedes que están cansados y agobiados, y yo les daré descanso. Carguen con mi yugo y aprendan de mí, pues yo soy apacible y humilde de corazón, y encontrarán descanso para su alma» (Mateo 11:28-29).
Cristo siempre salva, y lo hace siempre por la fe.
Terminada la euforia de la fiesta, sucedió lo que siempre sucede. Una depresión profunda cayó sobre todo Río de Janeiro. Y junto con la depresión pasó, también, lo que siempre pasa. Una ola de suicidios sacudió la ciudad. Nada menos que dieciocho jóvenes se quitaron la vida en un solo fin de semana.
¿Cómo puede ser que tras una fiesta tan fogosa haya tantas personas que caen en tal descenso emocional que llegan a ser víctimas de depresiones suicidas? Es increíble, pero eso es precisamente lo que ocurre.
Lo cierto es que los suicidios de los adolescentes constituyen una plaga mundial. Y son los países de mayor prosperidad económica, tales como Austria, Suecia, Japón y Estados Unidos, los que están más plagados.
De esa ola de suicidios en el Brasil el periódico O Estado de São Paulo sostuvo que las mayores causas son «fracasos amorosos, enfermedades, alcoholismo y problemas financieros». Y eso por no mencionar la causa principal: el ateísmo generalizado en que prácticamente ha caído la sociedad occidental.
Donde no hay fe en Dios, la desesperación y su secuela, la propensión al suicidio, son alarmantes. En cambio, donde hay fe viva y sencilla en Jesucristo como Señor, Salvador, Pastor y Amigo, se aprende a entregarle a Él todas las cargas de la vida. Y aunque se pase por circunstancias muy difíciles, no se piensa en suicidio. Se piensa en Dios, y se apela a la oración.
El cristiano genuino y sincero, el cristiano auténtico y verdadero, jamás contempla el suicidio. Sería la negación más palpable de su fe religiosa, el fracaso más grande de su testimonio cristiano. El cristiano genuino, que mantiene la comunión espiritual con Cristo, siempre encuentra, en medio de la mayor flaqueza, fuerza para sobreponerse al infortunio.
Si sentimos que ya no soportamos el extremado peso de esta vida, escuchemos las palabras del divino Maestro: «Vengan a mí todos ustedes que están cansados y agobiados, y yo les daré descanso. Carguen con mi yugo y aprendan de mí, pues yo soy apacible y humilde de corazón, y encontrarán descanso para su alma» (Mateo 11:28-29).
Cristo siempre salva, y lo hace siempre por la fe.
martes, 9 de febrero de 2010
LA TRAGEDIA DE NORA Y JOSÉ
Amanecía en el desolado desierto de Atacama, en la frontera entre Perú y Chile. El viento helado de la cordillera batía las dunas y los cactos, arremolinando el polvo implacable. El sol salía detrás de las montañas, sobrepasando una faja de pesadas nubes enrojecidas.
En un pequeño hotel de la frontera, los huéspedes se preparaban para ir a sus trabajos, a sus oficinas, a sus compras y negocios. Las empleadas del hotel abrían los cuartos desocupados para hacer las tareas de limpieza y tender las camas, y las cocineras preparaban el desayuno.
Uno de los cuartos permanecía cerrado. Lo ocupaba una pareja de adolescentes que había llegado la noche anterior: Nora Mamaní, de quince años, y José Turpo, de dieciséis. No habían salido del cuarto desde que lo alquilaron a eso de la medianoche. Al mediodía los llamaron para almorzar, pero nadie contestó. Llamaron más fuerte, y no hubo respuesta alguna.
Entonces forzaron la puerta y hallaron a los dos jóvenes tendidos en la cama. Ambos habían bebido medio litro de insecticida fosforado, y habían muerto.
¿A qué se debió aquel trágico desenlace? Es una historia que no deja de repetirse, siguiendo los mismos patrones de la tragedia de Romeo y Julieta. Una pareja de adolescentes se enamora. Sus padres se oponen a que se casen debido a su edad y su falta de madurez. Así que los jóvenes huyen juntos, resueltos a ponerle punto final al drama. En algunos casos, como el de Nora y José, su destino es un hotel en la frontera, donde toman la funesta determinación de suicidarse. Es una decisión trágica, que no resuelve nada, sino que hunde a dos tiernas almas en el abismo de una noche sin aurora.
La ironía del caso del que se suicida por amor es que bien pudiera canalizar ese amor hacia el Ser Supremo que es la personificación misma del amor. De hacerlo así, comprobaría lo que afirma la Biblia: que Dios es amor, y que como prueba de su amor envió al mundo a su Hijo Jesucristo a dar su vida por nosotros. Y por si eso fuera poco, Cristo se identifica perfectamente con el que siente que sus padres o amigos íntimos lo han abandonado y que el mundo no lo comprende,1 pues eso fue lo que sintió Él mientras agonizaba en la cruz.2
Más vale que cada uno le entreguemos nuestra vida a Aquel que entregó la suya por nosotros.3 Pidámosle que nos dé sabiduría, y que nos ayude a tener paciencia y a confiar en Él y en el porvenir incomparable que nos tiene preparado.4
1 Mt 26:31,56; Mr 14:27,29,30,50; Jn 1:11; 6:66‑68; 10:6; 12:16; 13:7; 20:9
2 Mt 27:46; Mr 15:34; Lc 23:34
3 Jn 3:16
4 Jn 14:1‑3
En un pequeño hotel de la frontera, los huéspedes se preparaban para ir a sus trabajos, a sus oficinas, a sus compras y negocios. Las empleadas del hotel abrían los cuartos desocupados para hacer las tareas de limpieza y tender las camas, y las cocineras preparaban el desayuno.
Uno de los cuartos permanecía cerrado. Lo ocupaba una pareja de adolescentes que había llegado la noche anterior: Nora Mamaní, de quince años, y José Turpo, de dieciséis. No habían salido del cuarto desde que lo alquilaron a eso de la medianoche. Al mediodía los llamaron para almorzar, pero nadie contestó. Llamaron más fuerte, y no hubo respuesta alguna.
Entonces forzaron la puerta y hallaron a los dos jóvenes tendidos en la cama. Ambos habían bebido medio litro de insecticida fosforado, y habían muerto.
¿A qué se debió aquel trágico desenlace? Es una historia que no deja de repetirse, siguiendo los mismos patrones de la tragedia de Romeo y Julieta. Una pareja de adolescentes se enamora. Sus padres se oponen a que se casen debido a su edad y su falta de madurez. Así que los jóvenes huyen juntos, resueltos a ponerle punto final al drama. En algunos casos, como el de Nora y José, su destino es un hotel en la frontera, donde toman la funesta determinación de suicidarse. Es una decisión trágica, que no resuelve nada, sino que hunde a dos tiernas almas en el abismo de una noche sin aurora.
La ironía del caso del que se suicida por amor es que bien pudiera canalizar ese amor hacia el Ser Supremo que es la personificación misma del amor. De hacerlo así, comprobaría lo que afirma la Biblia: que Dios es amor, y que como prueba de su amor envió al mundo a su Hijo Jesucristo a dar su vida por nosotros. Y por si eso fuera poco, Cristo se identifica perfectamente con el que siente que sus padres o amigos íntimos lo han abandonado y que el mundo no lo comprende,1 pues eso fue lo que sintió Él mientras agonizaba en la cruz.2
Más vale que cada uno le entreguemos nuestra vida a Aquel que entregó la suya por nosotros.3 Pidámosle que nos dé sabiduría, y que nos ayude a tener paciencia y a confiar en Él y en el porvenir incomparable que nos tiene preparado.4
1 Mt 26:31,56; Mr 14:27,29,30,50; Jn 1:11; 6:66‑68; 10:6; 12:16; 13:7; 20:9
2 Mt 27:46; Mr 15:34; Lc 23:34
3 Jn 3:16
4 Jn 14:1‑3
sábado, 6 de febrero de 2010
«SÓLO ERA CUESTIÓN DE TIEMPO»
Voy a matar a mi padre —advirtió el joven de diecisiete años de edad.
Su amigo, también de diecisiete, le respondió, riéndose:
—No digas tonterías.
Y compartieron ambos un cigarrillo de marihuana.
—Voy a matar a mi padre —volvió a decirle el mismo joven al mismo amigo diez días después.
Así fue por varias semanas: siempre esa terrible declaración. Hasta que un martes 22 de febrero, Cristóbal Galván cumplió su intención. Mató de varios balazos a su padre Esteban Galván. Acto seguido, se mató él mismo. Fue así como se desarrolló este drama familiar, relatado escuetamente.
En más detalle, el muchacho, estudiante secundario, alto, rubio, bien parecido, vivía atormentado por problemas de personalidad. Además, era víctima del uso insensato de drogas como la marihuana, el crack y la heroína. Su madre había muerto de pena varios años atrás por el divorcio que había sufrido a manos de su padre, que era autoritario y exigente.
Ahí estaban el escenario y los elementos del drama, trágicamente dispuestos. Los personajes jugarían cada uno su papel impecablemente. ¿Qué era lo que hacía falta? El momento inevitable. El testimonio a la policía del amigo de Cristóbal, Jaime Carieri, lo explicaba todo: «Sólo era cuestión de tiempo.»
Aquí cabe hacernos la pregunta, franca y directa: ¿Será posible que se esté incubando en nuestro hogar un drama parecido? ¿Se estarán juntando los elementos letales que pueden desencadenar una tragedia? ¿Hay drogas en nuestra casa? ¿Hay licor? ¿Hay armas? ¿Hay irritación? ¿Hay encono? ¿Hay violencia?
Esos elementos, como hojas secas, se encienden con una sola chispa. La violencia suele estallar súbitamente sin que haya, al parecer, ninguna razón ni motivo. Y casi no hay hogar que esté inmune a ella.
¿Qué podemos hacer? ¿Cómo prevenimos una tragedia en nuestro hogar, en nuestra familia, en nuestra vida?
Lo cierto es que si no tenemos una relación íntima con el Señor Jesucristo, difícilmente tendremos la motivación para controlar esos momentos de crisis. Todos somos lo que es nuestro corazón. La Biblia dice: «De la abundancia del corazón habla la boca» (Mateo 12:34). Todo lo que somos y todo lo que hacemos viene de las intenciones, buenas o malas, de nuestro corazón.
Cristo quiere darnos un nuevo corazón. Él quiere perdonarnos y bendecirnos. Démosle, hoy mismo, nuestra vida. A cada uno nos hará una nueva persona.
Su amigo, también de diecisiete, le respondió, riéndose:
—No digas tonterías.
Y compartieron ambos un cigarrillo de marihuana.
—Voy a matar a mi padre —volvió a decirle el mismo joven al mismo amigo diez días después.
Así fue por varias semanas: siempre esa terrible declaración. Hasta que un martes 22 de febrero, Cristóbal Galván cumplió su intención. Mató de varios balazos a su padre Esteban Galván. Acto seguido, se mató él mismo. Fue así como se desarrolló este drama familiar, relatado escuetamente.
En más detalle, el muchacho, estudiante secundario, alto, rubio, bien parecido, vivía atormentado por problemas de personalidad. Además, era víctima del uso insensato de drogas como la marihuana, el crack y la heroína. Su madre había muerto de pena varios años atrás por el divorcio que había sufrido a manos de su padre, que era autoritario y exigente.
Ahí estaban el escenario y los elementos del drama, trágicamente dispuestos. Los personajes jugarían cada uno su papel impecablemente. ¿Qué era lo que hacía falta? El momento inevitable. El testimonio a la policía del amigo de Cristóbal, Jaime Carieri, lo explicaba todo: «Sólo era cuestión de tiempo.»
Aquí cabe hacernos la pregunta, franca y directa: ¿Será posible que se esté incubando en nuestro hogar un drama parecido? ¿Se estarán juntando los elementos letales que pueden desencadenar una tragedia? ¿Hay drogas en nuestra casa? ¿Hay licor? ¿Hay armas? ¿Hay irritación? ¿Hay encono? ¿Hay violencia?
Esos elementos, como hojas secas, se encienden con una sola chispa. La violencia suele estallar súbitamente sin que haya, al parecer, ninguna razón ni motivo. Y casi no hay hogar que esté inmune a ella.
¿Qué podemos hacer? ¿Cómo prevenimos una tragedia en nuestro hogar, en nuestra familia, en nuestra vida?
Lo cierto es que si no tenemos una relación íntima con el Señor Jesucristo, difícilmente tendremos la motivación para controlar esos momentos de crisis. Todos somos lo que es nuestro corazón. La Biblia dice: «De la abundancia del corazón habla la boca» (Mateo 12:34). Todo lo que somos y todo lo que hacemos viene de las intenciones, buenas o malas, de nuestro corazón.
Cristo quiere darnos un nuevo corazón. Él quiere perdonarnos y bendecirnos. Démosle, hoy mismo, nuestra vida. A cada uno nos hará una nueva persona.
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