martes, 9 de febrero de 2010

LA TRAGEDIA DE NORA Y JOSÉ

Amanecía en el desolado desierto de Atacama, en la frontera entre Perú y Chile. El viento helado de la cordillera batía las dunas y los cactos, arremolinando el polvo implacable. El sol salía detrás de las montañas, sobrepasando una faja de pesadas nubes enrojecidas.

En un pequeño hotel de la frontera, los huéspedes se preparaban para ir a sus trabajos, a sus oficinas, a sus compras y negocios. Las empleadas del hotel abrían los cuartos desocupados para hacer las tareas de limpieza y tender las camas, y las cocineras preparaban el desayuno.

Uno de los cuartos permanecía cerrado. Lo ocupaba una pareja de adolescentes que había llegado la noche anterior: Nora Mamaní, de quince años, y José Turpo, de dieciséis. No habían salido del cuarto desde que lo alquilaron a eso de la medianoche. Al mediodía los llamaron para almorzar, pero nadie contestó. Llamaron más fuerte, y no hubo respuesta alguna.

Entonces forzaron la puerta y hallaron a los dos jóvenes tendidos en la cama. Ambos habían bebido medio litro de insecticida fosforado, y habían muerto.

¿A qué se debió aquel trágico desenlace? Es una historia que no deja de repetirse, siguiendo los mismos patrones de la tragedia de Romeo y Julieta. Una pareja de adolescentes se enamora. Sus padres se oponen a que se casen debido a su edad y su falta de madurez. Así que los jóvenes huyen juntos, resueltos a ponerle punto final al drama. En algunos casos, como el de Nora y José, su destino es un hotel en la frontera, donde toman la funesta determinación de suicidarse. Es una decisión trágica, que no resuelve nada, sino que hunde a dos tiernas almas en el abismo de una noche sin aurora.

La ironía del caso del que se suicida por amor es que bien pudiera canalizar ese amor hacia el Ser Supremo que es la personificación misma del amor. De hacerlo así, comprobaría lo que afirma la Biblia: que Dios es amor, y que como prueba de su amor envió al mundo a su Hijo Jesucristo a dar su vida por nosotros. Y por si eso fuera poco, Cristo se identifica perfectamente con el que siente que sus padres o amigos íntimos lo han abandonado y que el mundo no lo comprende,1 pues eso fue lo que sintió Él mientras agonizaba en la cruz.2

Más vale que cada uno le entreguemos nuestra vida a Aquel que entregó la suya por nosotros.3 Pidámosle que nos dé sabiduría, y que nos ayude a tener paciencia y a confiar en Él y en el porvenir incomparable que nos tiene preparado.4
1 Mt 26:31,56; Mr 14:27,29,30,50; Jn 1:11; 6:66‑68; 10:6; 12:16; 13:7; 20:9
2 Mt 27:46; Mr 15:34; Lc 23:34
3 Jn 3:16
4 Jn 14:1‑3

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