Esta debía ser una boda diferente. Una boda que diera de qué hablar. Una boda para fotografiar, para publicar en los diarios y para salir en televisión. Betty Seaver y Marcos Pastore, ambos del estado de Colorado, Estados Unidos, se propusieron realizar su boda a su gusto.
Junto con el clérigo, se subieron a un gran globo aerostático y, mientras flotaban en el aire, se hicieron los votos nupciales. Cuando llegó el momento de prometerse amor hasta que la muerte los separara, ambos saltaron de la barquilla. Todo estaba bien ensayado. Los dos novios estaban atados a una cuerda elástica de veinticinco metros de largo, y el beso de esposos se lo dieron en el aire, balanceándose al extremo de la cuerda.
No hay duda de que los jóvenes de hoy quieren casarse a su manera. Eso en sí no está mal. Desde la década de 1960 los jóvenes quieren hacer las cosas a su gusto, sin importarles reglas y normas, costumbres y tradiciones. Cada cual se rige por su preferencia, y que los viejos se callen, porque son de otra época.
Pero este joven matrimonio, balanceándose en el vacío, es todo un símbolo de muchos de los matrimonios de la actualidad. Penden de un hilo muy delgado, que en muchos casos se va cortando inexorablemente, hebra tras hebra. Y cuando por fin se divorcian, la causa más común es la incompatibilidad.
Veamos las primeras dos letras de esa palabra: «in». El «in» es prefijo privativo latino que indica supresión o negación, y la incompatibilidad en los matrimonios está compuesta de varios «in»es. Para comenzar, consta de incomprensión. Ninguno de los dos quiere entenderse. Luego abarca intolerancia. Marido y mujer no se aguantan el uno al otro. Encierra inflexibilidad. Es esa obstinación terca de los dos. También incluye infidelidad. Ya no importan el honor y la fidelidad mutua.
La incompatibilidad está compuesta además de intemperancia, especialmente en los gastos, y de insensibilidad. Poco importan los sentimientos del otro. Y sobre todo, la caracteriza la incomunicación: los labios silenciosos y los corazones que tampoco se comunican.
Otro aspecto es la inmoralidad que acaba con la pureza del Hogar.
No permitamos que nuestro matrimonio cuelgue de una débil hebra que se rompe a la menor provocación. En vez de que nuestra unión esté balanceada en el aire, afirmémosla fuertemente sobre una base segura. Esa base es la norma antigua que ofrece el evangelio de Cristo: firme, estable e inamovible. Con Cristo como Maestro y Guía, se salva nuestro matrimonio, y llega a ser duradero,indestructible y feliz.
miércoles, 15 de diciembre de 2010
sábado, 11 de diciembre de 2010
DOS CLASES DE DEMENCIA
El matrimonio de John y Jenny Colomer, de Aspendale, Australia, estaba colmado de felicidad. Los cuatro hijos que les llegaron en rápida sucesión intensificaron aún más esa felicidad. Pero a los ocho años de matrimonio, comenzó una pesadilla. Jenny empezó a tener problemas mentales, y éstos se fueron agravando mes tras mes hasta llegar a ser insoportables.
Un día Jenny, presa de una furia descontrolada, castigaba brutalmente a sus hijos sin ningún motivo. Otro día, la emprendía contra su esposo. Así transcurrieron ocho años de locura, hasta el día en que Jenny atacó y golpeó a su esposo John. Éste la sujetó del cuello y, bajo una ola de locura propia, apretó demasiado fuerte y Jenny murió estrangulada. El juzgado, comprendiendo su tragedia, lo declaró inocente.
Una de las peores pesadillas que quebranta el corazón y destruye la paz ocurre cuando algún miembro de la familia padece perturbaciones mentales, sobre todo si se trata del padre o de la madre. Pero hay una demencia que, a pesar de la aparente contradicción de vocablos, no es mental sino espiritual. Ésa es la que padece el hombre o la mujer, que por más que desea y que busca la paz interna —esa paz del corazón que llega hasta lo profundo del alma—, no la halla. Tiene inteligencia, bienes materiales, buena familia, una posición reconocida y todo lo que el mundo estima valioso, pero no tiene paz. Daría cualquier cosa por tener tranquilidad en el alma, satisfacción, contentamiento y paz, pero nada de eso tiene. Esa es la demencia del corazón, y muchas personas padecen de ella.
Para la demencia mental, hay tratamientos psicológicos y drogas fuertes. Pero, ¿qué hay para la demencia del corazón? ¿Hay alivio para el alma atribulada y para el corazón confundido? ¡Sí lo hay!
Un joven que buscaba la paz se acercó a Jesucristo y le preguntó: «Maestro bueno, ¿qué tengo que hacer para heredar la vida eterna?» El Señor, en resumen, le contestó: «Si me sigues de cerca, encontrarás la paz que estás buscando. Y mientras lo hagas, experimentarás paz, gozo y libertad. Pero tienes que dejarlo todo y seguirme» (Lucas 18:18-22).
Esta es la gran verdad: para la demencia espiritual la solución es rendirnos a Cristo y seguir sus pasos. En Él hay verdadera paz.
Un día Jenny, presa de una furia descontrolada, castigaba brutalmente a sus hijos sin ningún motivo. Otro día, la emprendía contra su esposo. Así transcurrieron ocho años de locura, hasta el día en que Jenny atacó y golpeó a su esposo John. Éste la sujetó del cuello y, bajo una ola de locura propia, apretó demasiado fuerte y Jenny murió estrangulada. El juzgado, comprendiendo su tragedia, lo declaró inocente.
Una de las peores pesadillas que quebranta el corazón y destruye la paz ocurre cuando algún miembro de la familia padece perturbaciones mentales, sobre todo si se trata del padre o de la madre. Pero hay una demencia que, a pesar de la aparente contradicción de vocablos, no es mental sino espiritual. Ésa es la que padece el hombre o la mujer, que por más que desea y que busca la paz interna —esa paz del corazón que llega hasta lo profundo del alma—, no la halla. Tiene inteligencia, bienes materiales, buena familia, una posición reconocida y todo lo que el mundo estima valioso, pero no tiene paz. Daría cualquier cosa por tener tranquilidad en el alma, satisfacción, contentamiento y paz, pero nada de eso tiene. Esa es la demencia del corazón, y muchas personas padecen de ella.
Para la demencia mental, hay tratamientos psicológicos y drogas fuertes. Pero, ¿qué hay para la demencia del corazón? ¿Hay alivio para el alma atribulada y para el corazón confundido? ¡Sí lo hay!
Un joven que buscaba la paz se acercó a Jesucristo y le preguntó: «Maestro bueno, ¿qué tengo que hacer para heredar la vida eterna?» El Señor, en resumen, le contestó: «Si me sigues de cerca, encontrarás la paz que estás buscando. Y mientras lo hagas, experimentarás paz, gozo y libertad. Pero tienes que dejarlo todo y seguirme» (Lucas 18:18-22).
Esta es la gran verdad: para la demencia espiritual la solución es rendirnos a Cristo y seguir sus pasos. En Él hay verdadera paz.
«DEBE DE HABER SIDO EL LICOR»
Caía una nevada espesa sobre Nuuk, caserío de esquimales en una región de Groenlandia de por sí cubierta de nieve casi todo el año. El viento helado arremolinaba los copos, y sobre los techos de las casas había treinta centímetros de nieve.
Era día de fiesta, por lo que Aavard Maalik y cinco compañeros consumían una enorme cantidad de licor. Afuera la temperatura estaba por debajo de cero grados, pero en el cuerpo de los seis hombres había fuego, fuego del licor que venden los blancos. Había también, en el fusil de Aavard, plomo, plomo del que también venden los blancos. Y nieve y fuego y plomo se unieron para producir la tragedia.
El joven esquimal, de apenas dieciocho años de edad, disparó contra sus compañeros, sin razón aparente, matando a los cinco en un solo instante. «No era más que una fiesta —declaró Lara Heilman, inspector de policía—, y todavía no sabemos las verdaderas causas de la tragedia. Debe de haber sido el licor.»
Se sabe que el alcohol en las venas es siempre fuego. No importa si se bebe en una selva tropical o en las estepas heladas de Siberia. No importa si se toma en una fiesta elegante del gran mundo o en una reunión pueblerina de compadres. El alcohol es siempre fuego cuando se mete en las venas.
¡Qué interesante la forma en que se explica una tragedia causada bajo la influencia del licor! «Fue el licor», dicen; o: «Fue por las muchas botellas de cerveza»; o: «Es que había ingerido mucho alcohol»; o: «Fue el guaro, o la tequila, o la caña.»
No importa el nombre de la bebida ni la clase de fiesta. Donde quiera que se ingiera alcohol, se ingiere fuego. De allí nacen los crímenes pasionales, los accidentes de carretera, las violaciones de niñas (a veces por el propio padre), y todas las locuras y depravaciones del hombre. Lamentan los hombres sus tragedias, pero siempre los acompaña la excusa: «Fue a causa del alcohol.» ¿Hasta cuándo ha de durar esta ignominia?
Difícil es detener el tráfico de alcohol a escala mundial, pero podemos detenerlo en nosotros mismos. No tenemos que tomarlo, ni en las fiestas de oficina, ni en nuestro hogar ni a solas. ¡No tenemos que beberlo! Hagamos de Jesucristo el Señor de nuestro trabajo, de nuestro hogar, de nuestra vida, de nuestro corazón. Él puede y quiere darnos la fuerza para vencer el vicio del alcohol.
Era día de fiesta, por lo que Aavard Maalik y cinco compañeros consumían una enorme cantidad de licor. Afuera la temperatura estaba por debajo de cero grados, pero en el cuerpo de los seis hombres había fuego, fuego del licor que venden los blancos. Había también, en el fusil de Aavard, plomo, plomo del que también venden los blancos. Y nieve y fuego y plomo se unieron para producir la tragedia.
El joven esquimal, de apenas dieciocho años de edad, disparó contra sus compañeros, sin razón aparente, matando a los cinco en un solo instante. «No era más que una fiesta —declaró Lara Heilman, inspector de policía—, y todavía no sabemos las verdaderas causas de la tragedia. Debe de haber sido el licor.»
Se sabe que el alcohol en las venas es siempre fuego. No importa si se bebe en una selva tropical o en las estepas heladas de Siberia. No importa si se toma en una fiesta elegante del gran mundo o en una reunión pueblerina de compadres. El alcohol es siempre fuego cuando se mete en las venas.
¡Qué interesante la forma en que se explica una tragedia causada bajo la influencia del licor! «Fue el licor», dicen; o: «Fue por las muchas botellas de cerveza»; o: «Es que había ingerido mucho alcohol»; o: «Fue el guaro, o la tequila, o la caña.»
No importa el nombre de la bebida ni la clase de fiesta. Donde quiera que se ingiera alcohol, se ingiere fuego. De allí nacen los crímenes pasionales, los accidentes de carretera, las violaciones de niñas (a veces por el propio padre), y todas las locuras y depravaciones del hombre. Lamentan los hombres sus tragedias, pero siempre los acompaña la excusa: «Fue a causa del alcohol.» ¿Hasta cuándo ha de durar esta ignominia?
Difícil es detener el tráfico de alcohol a escala mundial, pero podemos detenerlo en nosotros mismos. No tenemos que tomarlo, ni en las fiestas de oficina, ni en nuestro hogar ni a solas. ¡No tenemos que beberlo! Hagamos de Jesucristo el Señor de nuestro trabajo, de nuestro hogar, de nuestra vida, de nuestro corazón. Él puede y quiere darnos la fuerza para vencer el vicio del alcohol.
«A [ÉL] NO LE GUSTA QUE VENGAN MIS NIETOS»
«Tuve una relación de quince años, con dos hijos..., pero mi esposo me abandonó.... Hace casi cinco años, comencé una nueva relación. Ya tengo cuatro nietos. Resulta que a mi actual pareja no le gusta que vengan mis nietos, y eso me duele mucho. He tratado de hablar con él, pero es inútil; no quiere que ellos se queden en mi casa un sábado por la noche. ¡De verdad estoy muy desesperada; estoy a punto de estallar! No sé qué hacer, si terminar mi relación y vivir yo sola y poder disfrutar de mis nietos cuando yo quiera o pueda.
»Tengo tantas ganas de entregar mi vida a Dios.... Me gustaría un consejo.»
Este es el consejo que le dimos:
«Estimada amiga:
»Nos alegra que usted nos haya contado su caso, pero lamentablemente no sabemos los pormenores de su situación. Si la casa donde usted vive le perteneció a su pareja antes del comienzo de su relación con él, entonces tal vez él tema que sus nietos maltraten sus pertenencias. Tal vez sufra de alguna afección emocional que dificulta que él esté rodeado de personas. O quizás esté físicamente enfermo y el ruido que hacen los niños le cause cierto malestar. Pero usted no mencionó ninguna razón, así que tenemos que dar por sentado que la única razón es que a él no le gustan los niños. Y usted dijo “mi casa” al referirse al lugar donde vive, así que también daremos por sentado que la casa le pertenece a usted y no a él....
»Si usted ha seguido muchos de nuestros “Casos de la semana”, seguramente habrá notado que creemos firmemente en el matrimonio. Dios diseñó el matrimonio para que hombres y mujeres pudieran entregarse de por vida el uno al otro y formar familias amorosas. Lamentablemente, cuando tratamos de formar familias amorosas sin la entrega que requiere el matrimonio, hay un elemento fundamental que falta. Si no hay una verdadera entrega de parte y parte, hay menos disposición de resolver problemas y menos incentivo de llegar a acuerdos mutuos. ¡Claro que los casados también tienen problemas! Pero los votos que se hicieron cuando se casaron son vínculos muy fuertes que, con la ayuda de Dios, pueden contribuir a sostener la relación mientras afrontan las dificultades.
»Es posible que su pareja quiera casarse con usted si le dice que ya no está dispuesta a vivir con él a menos que se casen. Pero si eso ocurre, tenga el cuidado de asegurarse de llegar a un acuerdo en cuanto a visitas de parte de los nietos antes de casarse con él.
»¡A los nietos debemos amarlos y disfrutar de ellos!
»Con afecto fraternal,
»Tengo tantas ganas de entregar mi vida a Dios.... Me gustaría un consejo.»
Este es el consejo que le dimos:
«Estimada amiga:
»Nos alegra que usted nos haya contado su caso, pero lamentablemente no sabemos los pormenores de su situación. Si la casa donde usted vive le perteneció a su pareja antes del comienzo de su relación con él, entonces tal vez él tema que sus nietos maltraten sus pertenencias. Tal vez sufra de alguna afección emocional que dificulta que él esté rodeado de personas. O quizás esté físicamente enfermo y el ruido que hacen los niños le cause cierto malestar. Pero usted no mencionó ninguna razón, así que tenemos que dar por sentado que la única razón es que a él no le gustan los niños. Y usted dijo “mi casa” al referirse al lugar donde vive, así que también daremos por sentado que la casa le pertenece a usted y no a él....
»Si usted ha seguido muchos de nuestros “Casos de la semana”, seguramente habrá notado que creemos firmemente en el matrimonio. Dios diseñó el matrimonio para que hombres y mujeres pudieran entregarse de por vida el uno al otro y formar familias amorosas. Lamentablemente, cuando tratamos de formar familias amorosas sin la entrega que requiere el matrimonio, hay un elemento fundamental que falta. Si no hay una verdadera entrega de parte y parte, hay menos disposición de resolver problemas y menos incentivo de llegar a acuerdos mutuos. ¡Claro que los casados también tienen problemas! Pero los votos que se hicieron cuando se casaron son vínculos muy fuertes que, con la ayuda de Dios, pueden contribuir a sostener la relación mientras afrontan las dificultades.
»Es posible que su pareja quiera casarse con usted si le dice que ya no está dispuesta a vivir con él a menos que se casen. Pero si eso ocurre, tenga el cuidado de asegurarse de llegar a un acuerdo en cuanto a visitas de parte de los nietos antes de casarse con él.
»¡A los nietos debemos amarlos y disfrutar de ellos!
»Con afecto fraternal,
miércoles, 8 de diciembre de 2010
«DEBE DE HABER SIDO EL LICOR»
Caía una nevada espesa sobre Nuuk, caserío de esquimales en una región de Groenlandia de por sí cubierta de nieve casi todo el año. El viento helado arremolinaba los copos, y sobre los techos de las casas había treinta centímetros de nieve.
Era día de fiesta, por lo que Aavard Maalik y cinco compañeros consumían una enorme cantidad de licor. Afuera la temperatura estaba por debajo de cero grados, pero en el cuerpo de los seis hombres había fuego, fuego del licor que venden los blancos. Había también, en el fusil de Aavard, plomo, plomo del que también venden los blancos. Y nieve y fuego y plomo se unieron para producir la tragedia.
El joven esquimal, de apenas dieciocho años de edad, disparó contra sus compañeros, sin razón aparente, matando a los cinco en un solo instante. «No era más que una fiesta —declaró Lara Heilman, inspector de policía—, y todavía no sabemos las verdaderas causas de la tragedia. Debe de haber sido el licor.»
Se sabe que el alcohol en las venas es siempre fuego. No importa si se bebe en una selva tropical o en las estepas heladas de Siberia. No importa si se toma en una fiesta elegante del gran mundo o en una reunión pueblerina de compadres. El alcohol es siempre fuego cuando se mete en las venas.
¡Qué interesante la forma en que se explica una tragedia causada bajo la influencia del licor! «Fue el licor», dicen; o: «Fue por las muchas botellas de cerveza»; o: «Es que había ingerido mucho alcohol»; o: «Fue el guaro, o la tequila, o la caña.»
No importa el nombre de la bebida ni la clase de fiesta. Donde quiera que se ingiera alcohol, se ingiere fuego. De allí nacen los crímenes pasionales, los accidentes de carretera, las violaciones de niñas (a veces por el propio padre), y todas las locuras y depravaciones del hombre. Lamentan los hombres sus tragedias, pero siempre los acompaña la excusa: «Fue a causa del alcohol.» ¿Hasta cuándo ha de durar esta ignominia?
Difícil es detener el tráfico de alcohol a escala mundial, pero podemos detenerlo en nosotros mismos. No tenemos que tomarlo, ni en las fiestas de oficina, ni en nuestro hogar ni a solas. ¡No tenemos que beberlo! Hagamos de Jesucristo el Señor de nuestro trabajo, de nuestro hogar, de nuestra vida, de nuestro corazón. Él puede y quiere darnos la fuerza para vencer el vicio del alcohol.
Era día de fiesta, por lo que Aavard Maalik y cinco compañeros consumían una enorme cantidad de licor. Afuera la temperatura estaba por debajo de cero grados, pero en el cuerpo de los seis hombres había fuego, fuego del licor que venden los blancos. Había también, en el fusil de Aavard, plomo, plomo del que también venden los blancos. Y nieve y fuego y plomo se unieron para producir la tragedia.
El joven esquimal, de apenas dieciocho años de edad, disparó contra sus compañeros, sin razón aparente, matando a los cinco en un solo instante. «No era más que una fiesta —declaró Lara Heilman, inspector de policía—, y todavía no sabemos las verdaderas causas de la tragedia. Debe de haber sido el licor.»
Se sabe que el alcohol en las venas es siempre fuego. No importa si se bebe en una selva tropical o en las estepas heladas de Siberia. No importa si se toma en una fiesta elegante del gran mundo o en una reunión pueblerina de compadres. El alcohol es siempre fuego cuando se mete en las venas.
¡Qué interesante la forma en que se explica una tragedia causada bajo la influencia del licor! «Fue el licor», dicen; o: «Fue por las muchas botellas de cerveza»; o: «Es que había ingerido mucho alcohol»; o: «Fue el guaro, o la tequila, o la caña.»
No importa el nombre de la bebida ni la clase de fiesta. Donde quiera que se ingiera alcohol, se ingiere fuego. De allí nacen los crímenes pasionales, los accidentes de carretera, las violaciones de niñas (a veces por el propio padre), y todas las locuras y depravaciones del hombre. Lamentan los hombres sus tragedias, pero siempre los acompaña la excusa: «Fue a causa del alcohol.» ¿Hasta cuándo ha de durar esta ignominia?
Difícil es detener el tráfico de alcohol a escala mundial, pero podemos detenerlo en nosotros mismos. No tenemos que tomarlo, ni en las fiestas de oficina, ni en nuestro hogar ni a solas. ¡No tenemos que beberlo! Hagamos de Jesucristo el Señor de nuestro trabajo, de nuestro hogar, de nuestra vida, de nuestro corazón. Él puede y quiere darnos la fuerza para vencer el vicio del alcohol.
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