«Cuando tenía unos seis años, una prima casadera andaba en amores con su pretendiente. Buena parte de la familia no lo quería:
»—Yo no sé qué le habrá visto esta a semejante vago. ¡Feyo, bolo y acabado! ¡Bonita vida la que le va a dar!
»Pero ella no se amilanaba. Descendiente de una colección de abuelas, madres y tías, matronas acostumbradas a hacer lo que su real gana les pidiera, había decidido noviar con el rechazado, a pesar de los torrentes de amenazas y críticas que se le desplomaran.
»Si había una fiesta, la prima se las arreglaba para que unas compañeras del colegio la fueran a buscar a la casa y, ante el compromiso del tumulto, nadie pudiera objetar la salida. Si había [alguna función], la prima ofrecía cooperación para que los organizadores le encomendaran las actividades más variadas. Si había algún velorio, la prima se ofrecía como primera rezadora o cantadora, y nadie era capaz de objetar el piadoso oficio....
»En fin, si había lo que hubiese, la prima siempre encontraba ocasión para enrolarse en el asunto y, entre vueltas y revueltas, verse y darse sus roces con el galán.
»La madre ardía en vituperios y admoniciones, porque siempre había algún lenguaraz que corría a la casa con detalles espeluznantes:
»—Allá iba ese hombre con la muchacha. A saber con qué intenciones anda....
»—¡Allá está su muchachita, señora. Después no diga que no le vine a avisar....
»—¡El problema es de ella, no de ustedes! [—explotaba calentada la señora—]. ¡Metidos! ¡En todo están, menos en misa!
»Entonces, si mi abuela estaba presente, terciaba conciliadora:
»—Mejor dale permiso a ese hombre de que llegue a la casa....
»—¡Antes, muerta! ¡¡Para que ese... entre en mi casa, tiene que volver el diluvio universal!!
»—Entonces, atenete a las consecuencias....
»... Pero todas las argucias y cercos de la madre nada podían contra el amor de aquella prima por su escuálido caballero, por quien habría sido capaz de lanzarse sobre cercos y tejados.... Por nada de este mundo hubiera estado dispuesta a dejar de quererlo....
»Campante y rasante, a la prima no la detenía nadie.»1
En cierto sentido, la conducta de esa prima del escritor salvadoreño Francisco Andrés Escobar que él describe en su obra titulada El país de donde vengo se parece a la de quien acaba de enamorarse de Cristo. Para tal persona, no hay ocasión ni momento alguno en que deje de pensar en Cristo o de querer estar con Él. Pero gracias a Dios, a diferencia de la madre de la prima del autor, Él desea, como Padre celestial, que pasemos todo el tiempo necesario para llegar a conocer mejor a su Hijo Jesucristo.
Más vale, entonces, que aprovechemos toda oportunidad que tengamos para pasar tiempo con Cristo y llegar a conocerlo y saber lo mucho que nos ama. Pues de hacerlo así, comprenderemos que Él nos amó primero para que le correspondamos ese amor, y que espera que nos esforcemos por mantener encendida la llama del primer amor, de modo que no tenga por qué reprocharnos el haberlo perdido.2
1Francisco Andrés Escobar, El país de donde vengo (San Salvador: UCA Editores, 2006), pp. 249-50.
21Jn 4:16,19; Ap 2:4
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