El diagnóstico: leucemia. El pronóstico, no menos funesto: tal vez un año más de vida. Acababa de recibir esa terrible noticia Simón Bird, muchacho de catorce años, cuando salió del hospital acompañado por su padre. ¡Sólo un año más para vivir! En la flor de la adolescencia, vendría la muerte inexorable a segar su vida.
El valiente muchacho de Yeovil, Inglaterra encaró con firmeza su destino y aprovechó la oferta que le hizo una institución benéfica llamada «Los sueños se hacen realidad». Esa entidad ofrecía regalos a los adolescentes moribundos. Pero Simón no pidió nada para él mismo sino para su padre. Pidió que a su progenitor le regalaran un pequeño tractor de jardín para que éste pudiera ganarse la vida. Ese fue el supremo don del hijo al padre.
Esta tierna historia levanta el espíritu de quienes todos los días tienen que hacer la crónica de todo lo malo que ocurre en el mundo. El chico moribundo pudo haber pedido cualquier cosa para él mismo —un auto, una moto, un viaje, un equipo de sonido, un televisor—, pero cuando más razón tenía para pensar en sí mismo, pensó más bien en su padre.
Hay acciones generosas que debemos destacar. No todo en este mundo es drogadicción, narcotráfico, asalto, robo, asesinato, guerrilla y terrorismo. También hay gestos nobles, acciones generosas y sentido humanitario.
Simón pasó a la presencia de Dios. Cuando sus padres y hermanos contemplaron el espléndido tractor que les había conseguido como recurso económico para la familia, comentaron: «En la última hora de su vida, Simón pensó en nuestro bienestar. No vivió en vano ni murió en vano. En su corta existencia tuvo tiempo de dejarnos lo que nos ayudaría a vivir.»
La Biblia dice: «No son los hijos los que deben ahorrar para los padres, sino los padres para los hijos» (2 Corintios 12:14). Esa es la norma sana de vida. Los padres deben dejarles a sus hijos la mejor herencia. Pero en este caso se produjo la bendición a la inversa: el hijo le dejó una herencia al padre.
Dios, que inspiró al escritor del texto Bíblico anterior, hizo lo que ese texto manda. Nos dejó a nosotros los seres humanos la mejor, la más grande, pura y perfecta de las herencias: nada menos que a su propio Hijo Jesucristo. Y junto con Cristo nos dejó todo: el perdón, la regeneración, la paz y, para el final, la vida eterna. Hay, pues, un regalo, un don gratuito y grandioso, que Dios nos ofrece. Y nosotros no tenemos que hacer más que aceptarlo.
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