La causa mayor de la desintegración social en el mundo es la desintegración de la familia. Lamentablemente se ha hecho más énfasis en el problema y en los culpables que en hallar la respuesta y ayudar a restaurar los hogares quebrantados. Sin embargo, aunque no lo parezca, hay esperanza. La respuesta la tiene Dios nuestro Creador. Como buen Creador que es, Él se encargó de que se produjera un libro en el que incluiría el equivalente a un manual de mantenimiento del ser humano. Ese libro es la Biblia. Dios se empeñó en que ese Manual estuviera al alcance de todos para que cada uno de nosotros, fuera cual fuera nuestra condición en la vida, pudiera acudir a él y encontrar allí la solución. Al consultar el consejo divino sobre la familia —esa institución sagrada que Dios mismo estableció y a la que le da tanta importancia en la Biblia— encontramos algunos factores clave que están causando la desintegración familiar.
La falta de respeto y de comunicación entre padres e hijos.
Uno de los problemas más grandes en la familia de hoy es la falta de respeto y de comunicación que son elementos básicos en cualquier relación exitosa. San Pablo nos aconseja: «Hijos, obedezcan en el Señor a sus padres, porque esto es justo. "Honra a tu padre y a tu madre —que es el primer mandamiento con promesa— para que te vaya bien y disfrutes de una larga vida en la tierra." Y ustedes, padres, no hagan enojar a sus hijos, sino críenlos según la disciplina e instrucción del Señor» (Efesios 6:1-4).
En realidad, tanto los padres como los hijos tienen responsabilidades y deberes que deben cumplir para lograr una buena relación y por lo tanto un ambiente agradable en el hogar. Desde luego, la responsabilidad de los padres es mucho más grande cuando los hijos son pequeños. Pero la responsabilidad de los hijos aumenta a medida que se desa-rrollan física, intelectual y emocionalmente. Si bien es cierto que la adolescencia presenta un gran reto tanto para los hijos como para los padres, las siguientes normas podrían ayudar a mejorar esa relación tan especial e importante para todos los involucrados
Respete. El respeto, que no se demanda sino que se gana, necesita ser mutuo. Los hijos respetarán a los padres que les muestren respeto. Obedecer es reconocer la autoridad. La obediencia conduce directamente al amor y al respeto. A los padres que deseen mejorar la relación que tienen con sus hijos, en vez de señalar constantemente sus errores, faltas e ineptitudes, les conviene estudiar sus dones, talentos, habilidades e intereses a fin de ayudarles a realizar sus sueños.
Escuche. El elemento clave de la buena comunicación es saber escuchar y así ganarse el privilegio de ser escuchado. No es simplemente oír lo que la otra persona dice, sino prestar atención con el deseo de comprenderla.
Diga siempre la verdad, pero con amor, para que sea edificante y no destructiva. Así inspirará confianza que no puede faltar en una buena relación.
Reconozca cuando ha cometido un error, una falta o una ofensa, y pida perdón.
Cuando se trate de buscar un acercamiento, no espere a que la otra persona tome la iniciativa; tómela usted más bien. Lo más probable es que la otra persona no sólo esté esperando sino deseando de todo corazón que usted la busque.
Debido a que el sacrificarnos por los demás no está en nuestra naturaleza, las relaciones humanas se nos hacen difíciles, sobre todo en el hogar. Sin embargo, Dios nos ofrece una respuesta por medio de su Hijo Jesucristo. Él puede y quiere traer la sanidad que nuestra vida y nuestro hogar tanto necesitan. ¡Cristo es la respuesta!
El maltrato físico y verbal en el matrimonio y con los hijos.
Otro de los factores lamentables que conducen a la desintegración familiar es el maltrato físico o verbal del cónyuge o de los hijos. El que maltrata a su cónyuge se maltrata a sí mismo (Efesios 5:28,29), y el que maltrata a sus hijos maltrata a la herencia que Dios le ha dado. «Los hijos son una herencia del SEÑOR, los frutos del vientre son una recompensa» (Salmo 127:3). Si vamos a seguir a Cristo, es imprescindible que dejemos de maltratarnos y que nos amemos más bien, tal y como Él nos amó a nosotros. Él se dejó maltratar para que dejáramos de maltratarnos unos a otros, y entregó su vida para que entregáramos la nuestra, hasta la muerte, por amor (1 Juan 4:7-11).
Es sumamente importante que la familia que padece de tal abuso busque ayuda antes de que suceda una desgracia, incluso la desintegración del hogar. Tanto las personas maltratadas como los agresores sufren a raíz de la violencia perpetrada, y por lo tanto necesitan buscar ayuda como familia. Sin embargo, cuando el agresor no está dispuesto a buscar la ayuda que necesita, el cónyuge y los hijos deben alejarse de él para estar libres del peligro. Es, desde luego, mucho más factible recibir la ayuda apropiada si uno vive en un lugar que tiene recursos dedicados a prestarla. Sin embargo, el que no tenga a su alcance ayuda profesional puede acudir a una iglesia en busca de ayuda. Dios está en todo lugar; si clamamos a Él, podemos tener la seguridad de que Él vendrá en nuestro auxilio de alguna forma u otra (Salmo 46:1). El Juez de toda la tierra nunca es partidario de la injusticia, tal como el abuso o maltrato de cualquier ser humano creado a su imagen y semejanza (Génesis 1:26,27; 9:6; 18:25; 2 Crónicas 19:7).
Cómo fortalecer los vínculos familiares y mantenerlos fuertes...
El primer vínculo familiar que debemos fortalecer es horizontal: el del matri-monio. De él depende toda la familia. Debemos, pues, acercarnos a nuestro cónyuge, manifestándole amor y comprensión. El esposo debe amar y cuidar a su esposa, y la esposa debe aceptar al esposo como cabeza del hogar (Efesios 5:33; Colosenses 3:18-19). La armonía conyugal es algo que obtenemos con esfuerzo. Viene cuando determinamos hacer a un lado el egoísmo.
El segundo vínculo que hay que fortalecer es vertical: el de los hijos. Tenemos que aprender a mostrarles amor y a imponerles disciplina de una manera equilibrada. Nuestros hijos necesitan saber que no los amamos por lo que hacen sino porque son nuestros hijos. Y necesitan aprender que hay que respetar ciertas leyes, y que mamá y papá tienen la responsabilidad de imponer la disciplina, por amor y con amor, cuando lo consideran necesario.
El tercer y último vínculo que nos urge fortalecer por ser el más importante es vertical al igual que el segundo. Se trata del vínculo espiritual, el que establece que en nuestro hogar Dios ocupa el primer lugar. Si fortalecemos este vínculo, nos ayuda a mantener fuertes los otros dos. En cambio, si lo descuidamos, corremos el riesgo de que se debiliten.
La vida espiritual de los hijos...
Nuestros hijos necesitan conocer la Biblia. Deben alimentarse de ella a diario así como se alimentan físicamente, mediante la lectura personal y familiar. De lo contrario, llegan a ser endebles espiritualmente.
Así mismo, nuestros hijos necesitan ejercitarse en la oración. Ésta también forma parte de nuestra dieta espiritual cotidiana. Al igual que la lectura de la Biblia, debe practicarse tanto en privado como en familia.
Por último, nuestros hijos se fortalecen espiritualmente y se mantienen fuertes si combinamos el estudio de la Palabra de Dios con la oración. A esto algunos lo llaman un tiempo devocional, y otros, el altar familiar. Durante estos tiempos espirituales, de ser posible todos los días, la familia entera se reúne unos minutos para leer y comentar un pasaje de la Biblia, seguido de oración en conjunto. No debemos preocuparnos tanto por que estas reuniones sean largas como por ir creando una tradición espiritual en nuestro hogar. Es más, tal vez sea mejor que las abreviemos, no sea que arriesguemos innecesariamente la continuidad de la tradición.
Recordemos que fue Dios quien estableció la magna institución que conocemos como la familia. Si no lo hemos hecho, entreguémosle nuestra vida y nuestro hogar a Él para que nos ayude a contrarrestar la desintegración familiar que está plagando todas las sociedades del mundo. Cristo no sólo quiere ser el Señor y Salvador de nuestra vida, sino que desea posesionarse como Señor y Salvador de nuestra familia y de nuestro hogar (Hechos 16:31). Basta con que le pidamos que lo haga para que suceda, y así reine en nuestro hogar en pro de una familia íntegra.
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