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Un amigo me contó de una rana voladora, y ahora trato de narrar en versos aquella historia. Se puso a mirar un día la ranita presuntuosa el elegante y veloz vuelo de algunas palomas. Sintió un poquito de envidia porque era muy orgullosa; entonces quiso volar y no ser más saltadora. Saltando fue al palomar más cercano de la zona; a dos aves se acercó y les dijo muy melosa: «Palomas, yo quiero ser una rana voladora, pues me quiero convertir en la rana más famosa.» Tras larga conversación, no pudieron las palomas a la rana convencer de que era una idea muy tonta. Pero a fin de complacer a la rana vanidosa decidieron inventar un vuelo de nueva forma. Se buscaron un cordel y comenzaron la obra; se lo tuvieron que atar, a las patas, las palomas. La rana debía tomar esa cuerda con la boca, y las aves, al volar, serían las transbordadoras. Al fin pudieron lograr esa hazaña meritoria; y salieron a mirar las multitudes curiosas. Se oyó al público exclamar: «¡Qué gran rana voladora! Si hasta parece un avión con sus alas y su cola. »¿A quién se le habrá ocurrido esa idea tan novedosa? ¡Sólo un cerebro genial sería capaz de tal cosa!» La insoportable emoción de saberse prodigiosa hizo a la rana gritar: «¡Yo soy, yo soy la inventora!» Nada más hay que añadir... Sólo que una débil sombra de inmediato cayó al suelo... y allí terminó la historia. Esta fábula versificada por el poeta cubano Luis Bernal Lumpuy nos recuerda el refrán que dice: «Por la boca muere el pez», porque fue precisamente debido a su boca que murió la rana. No aguantó las ganas de hacer alarde de su hazaña, sino que la proclamó a los cuatro vientos. El acto mismo de abrir la boca provocó su caída, ya que al hacerlo se soltó de la cuerda y se estrelló contra el suelo. Hay un personaje bíblico muy conocido que, al igual que la rana, fue llevado al cielo, pero no transbordado por palomas sino por el Espíritu Santo. Se trata del apóstol Pablo, que aclara que sólo Dios sabe si su viaje «al tercer cielo» fue físico o espiritual. En aquel «paraíso» San Pablo «escuchó cosas indecibles que a los seres humanos no se nos permite expresar». A raíz de esa experiencia, sostiene que podría jactarse, pero decide más bien que no hará alarde sino de sus debilidades. Porque Dios le ha mostrado que su poder divino sólo se perfecciona en nuestra debilidad humana.1 En ese pasaje de la segunda carta de San Pablo a los corintios, el sufrido apóstol nos enseña que Dios hace todo lo posible para que no nos volvamos presumidos.2 Más vale que le hagamos caso y que aprendamos la lección de la rana voladora. En vez de volvernos presumidos volando por los cielos, haciendo alarde de nuestro propio ingenio, saltemos y exaltemos a Dios, haciendo alarde del prodigioso ingenio divino. | ||||
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viernes, 22 de junio de 2012
NO SE PUEDE HABLAR MÁS DE LA CUENTA: COMO LO ENSEÑA LA FÁBULA «LA RANA VOLADORA»
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