«Tengo seis años de casada, una niña de cinco años y un niño de dos. Desde el primer año de matrimonio, mi esposo me ha golpeado por cualquier razón. Una vez lo hizo estando yo embarazada.
»Ya hemos hablado muchas veces de eso. Siempre me dice que va a cambiar, pero vuelve a lo mismo, y siempre mis hijos tienen que ver esto. He pensado dejarlo e irme con los niños, pero él siempre me convence de que va a cambiar. A raíz de esto, siento que ya no lo amo. Ya no quiero estar con él. No sé qué me pasa. Tal vez esto sea fruto de las agresiones que he recibido de su parte.
»Aun estamos juntos, pero nada ha cambiado. La última vez tenía a mi hijo en mis brazos, y me golpeó. Nuevamente prometió cambiar; pero me da miedo que la próxima vez ocurra algo peor. ¿Qué debo hacer?»
Este es el consejo que le dimos:
«Estimada amiga:
»¡Escogimos su caso esta semana porque su vida corre peligro! Ya no hay tiempo para que usted siga pensando en lo que debe hacer. ¡Es urgente que actúe ahora mismo! Tome a sus hijos y aléjese de ese hombre que ha demostrado una y otra vez que representa un peligro para usted y para ellos. ¡Hágalo hoy! No sabemos qué leyes rigen en su país, pero si es posible, obtenga una orden judicial que prohíba que su esposo se le acerque....
»Luego de explicarnos que ya no siente amor por su esposo, usted nos dijo: “No sé qué me pasa.” ¡Lo cierto es que a usted no le pasa nada! Dios les da a los seres humanos, y hasta a los animales, el instinto de conservación. Lo que usted siente es ese instinto. Y ese instinto le está gritando: “¡Yo no quiero seguir siendo lastimada! ¡Quiero protegerme y proteger a mis hijos indefensos! ¡Este hombre es peligroso!”...
»Estamos seguros de que este consejo la preocupará en cuanto al futuro y a lo que les sucederá a usted y a sus hijos sin su esposo. ¿Ha oído la historia verídica del joven David, que salió a pelear contra el gigante Goliat? Todos los demás tenían miedo de enfrentarse a Goliat, pero David le dijo: “Tú vienes contra mí con espada, lanza y jabalina, pero yo vengo a ti en el nombre del Señor Todopoderoso...”1 David no temía lo que fuera a ocurrir porque tenía una relación personal con Dios y sabía que Dios pelearía en su defensa.
»¿Tiene usted una relación personal con Dios? ¿Le ha pedido en oración que su Hijo Jesucristo entre a vivir en su corazón y sea su Salvador? De hacerlo así, Él no sólo salvará su alma del pecado, sino también la acompañará y peleará en su defensa en todos los momentos difíciles que le esperan. [Dios] quiere ser su mejor amigo, Aquel en quien puede confiar cuando se siente sola o tiene miedo. Quiere darle sabiduría para afrontar las difíciles decisiones que tiene por delante. Él le dará la ayuda y la fuerza necesarias para enfrentarse a los gigantes de su vida.
11S 17:45
viernes, 30 de octubre de 2009
miércoles, 28 de octubre de 2009
UNIDOS AL FIN
Las puertas de la sala de emergencia se abrieron de par en par. Una camilla conducida por enfermeros pasó rápidamente. Traían a un hombre de sesenta y un años de edad, llamado Clarence, víctima de un ataque cardíaco. Pero los esfuerzos de los médicos fueron vanos. Clarence murió media hora después.
Acababan de quitar de la sala a Clarence cuando volvieron a abrirse rápidamente las puertas. Esta vez traían en la camilla a otro hombre, de cincuenta y seis años, llamado Charles, también víctima de un ataque cardíaco. De nuevo los esfuerzos de los médicos fueron vanos. Charles murió a la media hora.
En la morgue del hospital los cuerpos de Clarence Atton y Charles Atton yacían uno junto al otro, fríos, inmóviles, silentes. Clarence y Charles eran hermanos que habían estado enemistados durante veinticinco años. No se habían hablado ni una sola vez en ese lapso de tiempo. Los dos murieron el mismo día, casi a la misma hora, de un ataque cardíaco. Y la súbita muerte no les dio tiempo para reconciliarse.
He aquí un caso patético. Los dos hermanos tuvieron una vez una contienda. Se enemistaron seriamente. Ninguno de los dos quiso nunca dar su brazo a torcer. Alimentaron su resentimiento, sin deseos de perdón, durante veinticinco años.
En sólo dos ocasiones cambiaron unas breves palabras: en el funeral de la madre de ambos, y en el funeral de una hermana. Vivían en la misma ciudad: Boston, Estados Unidos. Pero nunca mostraron la voluntad de reconciliarse. Cuando al fin estuvieron uno junto al otro, ya estaban en la morgue, separados para siempre.
¿Cuánto tiempo vamos a esperar nosotros para reconciliarnos con nuestro hermano o nuestra hermana, con nuestro esposo o nuestra esposa, o con cualquiera con quien estamos enemistados? ¿Un día? ¿Un mes? ¿Un año? ¿O esperaremos hasta el día de la muerte, cuando la puerta se haya cerrado para siempre?
La obstinación es uno de los pecados más absurdos del ser humano. Nos herimos a nosotros mismos. Arruinamos nuestra propia vida. Destruimos nuestro propio ser, y todo por el orgullo que no nos deja decir: «Perdóname.»
Lo triste de esta obstinación es que el que sufre es el que no perdona. El que no perdona lleva una vida solitaria. El que no perdona no conoce la paz. El que no perdona sólo conoce amargura. El que no perdona no puede ni perdonarse a sí mismo. Y lo peor de todo es que el que no perdona no puede encontrar el perdón de Dios.
La oración más conocida de todos, el Padrenuestro, dice: «Perdónanos nuestras deudas, como también nosotros hemos perdonado a nuestros deudores» (Mateo 6:12). Es como decir; «Perdóname, Señor, de la misma manera en que yo perdono.» Y si nosotros, en obstinación, no perdonamos, no podemos obtener el perdón de Dios.
Cristo nos mostró el camino al reconciliarnos con Dios. Perdonemos nosotros, para vivir en paz y para disfrutar del perdón de Dios.
Acababan de quitar de la sala a Clarence cuando volvieron a abrirse rápidamente las puertas. Esta vez traían en la camilla a otro hombre, de cincuenta y seis años, llamado Charles, también víctima de un ataque cardíaco. De nuevo los esfuerzos de los médicos fueron vanos. Charles murió a la media hora.
En la morgue del hospital los cuerpos de Clarence Atton y Charles Atton yacían uno junto al otro, fríos, inmóviles, silentes. Clarence y Charles eran hermanos que habían estado enemistados durante veinticinco años. No se habían hablado ni una sola vez en ese lapso de tiempo. Los dos murieron el mismo día, casi a la misma hora, de un ataque cardíaco. Y la súbita muerte no les dio tiempo para reconciliarse.
He aquí un caso patético. Los dos hermanos tuvieron una vez una contienda. Se enemistaron seriamente. Ninguno de los dos quiso nunca dar su brazo a torcer. Alimentaron su resentimiento, sin deseos de perdón, durante veinticinco años.
En sólo dos ocasiones cambiaron unas breves palabras: en el funeral de la madre de ambos, y en el funeral de una hermana. Vivían en la misma ciudad: Boston, Estados Unidos. Pero nunca mostraron la voluntad de reconciliarse. Cuando al fin estuvieron uno junto al otro, ya estaban en la morgue, separados para siempre.
¿Cuánto tiempo vamos a esperar nosotros para reconciliarnos con nuestro hermano o nuestra hermana, con nuestro esposo o nuestra esposa, o con cualquiera con quien estamos enemistados? ¿Un día? ¿Un mes? ¿Un año? ¿O esperaremos hasta el día de la muerte, cuando la puerta se haya cerrado para siempre?
La obstinación es uno de los pecados más absurdos del ser humano. Nos herimos a nosotros mismos. Arruinamos nuestra propia vida. Destruimos nuestro propio ser, y todo por el orgullo que no nos deja decir: «Perdóname.»
Lo triste de esta obstinación es que el que sufre es el que no perdona. El que no perdona lleva una vida solitaria. El que no perdona no conoce la paz. El que no perdona sólo conoce amargura. El que no perdona no puede ni perdonarse a sí mismo. Y lo peor de todo es que el que no perdona no puede encontrar el perdón de Dios.
La oración más conocida de todos, el Padrenuestro, dice: «Perdónanos nuestras deudas, como también nosotros hemos perdonado a nuestros deudores» (Mateo 6:12). Es como decir; «Perdóname, Señor, de la misma manera en que yo perdono.» Y si nosotros, en obstinación, no perdonamos, no podemos obtener el perdón de Dios.
Cristo nos mostró el camino al reconciliarnos con Dios. Perdonemos nosotros, para vivir en paz y para disfrutar del perdón de Dios.
lunes, 26 de octubre de 2009
LA VIOLENTA MUERTE DE COAZINHO
Una multitud encolerizada, con furia compuesta de frustración, abandono, pobreza y ansias de desquite, perseguía a Coazinho. Coazinho, muchacho de diecisiete años, de los arrabales de Río de Janeiro, a su vez corría procurando salvar su vida. Pero lo alcanzaron.
La turba furiosa lo ató a un árbol, le clavó dos hierros en el vientre, puso un cartucho de dinamita entre los hierros y prendió fuego a la mecha. Así fue como Coazinho, apenas un muchachón con historia de robos, asaltos, muertes y violaciones, murió de un modo violento. Esa es una de las muertes más violentas que le puede ocurrir a un hombre: morir dinamitado.
He aquí una historia triste, producida por una sociedad triste, en medio de una época y mundo que poco sabe de alegrías. Coazinho, cuyo verdadero nombre se desconoce, nació y fue criado en medio de la misma violencia que lo mató.
Hijo de una mujer de mala vida que lo dio a luz en un prostíbulo, Coazinho no conoció padre, ni madre, ni hogar, ni escuela ni iglesia. Se crió como pudo, recibiendo golpes, insultos, malos tratos y desprecios. No conoció más escuela que la calle, más iglesia que la taberna, más hogar que el orfanato.
No bien había llegado a la adolescencia cuando salió a vivir por su cuenta. Y vivió rodeado de la violencia y el delito, sumido en la furia y el resentimiento. Falto de educación formal y moral, los bajos instintos del hombre hicieron presa permanente de él.
Un día en que le robó la cartera a un hombre, colmó la copa de sus maldades, según juzgaron los vecinos. Así que lo persiguieron, lo alcanzaron, lo ataron a un árbol y lo dinamitaron por la mitad. A juicio de ellos, una vida que nunca había conocido más que la violencia debía terminar en forma violenta.
Es fácil comentar el caso y emitir palabras cargadas de sentimiento. ¡Pobre Coazinho! ¿Por qué tuvo que terminar de ese modo? Si hubiera sido hijo de la mayoría de nosotros, habría sido otro su destino.
La violencia que tanto perjudica a los niños y a los adolescentes no se encuentra sólo en las calles, en las tabernas, en las casas de vicio. Puede hallarse también en hogares respetables. Por eso mismo nos conviene invitar a Cristo a vivir en nuestro hogar hoy mismo. Porque sólo Cristo puede librarnos de la violencia que marca a los Coazinhos.
La turba furiosa lo ató a un árbol, le clavó dos hierros en el vientre, puso un cartucho de dinamita entre los hierros y prendió fuego a la mecha. Así fue como Coazinho, apenas un muchachón con historia de robos, asaltos, muertes y violaciones, murió de un modo violento. Esa es una de las muertes más violentas que le puede ocurrir a un hombre: morir dinamitado.
He aquí una historia triste, producida por una sociedad triste, en medio de una época y mundo que poco sabe de alegrías. Coazinho, cuyo verdadero nombre se desconoce, nació y fue criado en medio de la misma violencia que lo mató.
Hijo de una mujer de mala vida que lo dio a luz en un prostíbulo, Coazinho no conoció padre, ni madre, ni hogar, ni escuela ni iglesia. Se crió como pudo, recibiendo golpes, insultos, malos tratos y desprecios. No conoció más escuela que la calle, más iglesia que la taberna, más hogar que el orfanato.
No bien había llegado a la adolescencia cuando salió a vivir por su cuenta. Y vivió rodeado de la violencia y el delito, sumido en la furia y el resentimiento. Falto de educación formal y moral, los bajos instintos del hombre hicieron presa permanente de él.
Un día en que le robó la cartera a un hombre, colmó la copa de sus maldades, según juzgaron los vecinos. Así que lo persiguieron, lo alcanzaron, lo ataron a un árbol y lo dinamitaron por la mitad. A juicio de ellos, una vida que nunca había conocido más que la violencia debía terminar en forma violenta.
Es fácil comentar el caso y emitir palabras cargadas de sentimiento. ¡Pobre Coazinho! ¿Por qué tuvo que terminar de ese modo? Si hubiera sido hijo de la mayoría de nosotros, habría sido otro su destino.
La violencia que tanto perjudica a los niños y a los adolescentes no se encuentra sólo en las calles, en las tabernas, en las casas de vicio. Puede hallarse también en hogares respetables. Por eso mismo nos conviene invitar a Cristo a vivir en nuestro hogar hoy mismo. Porque sólo Cristo puede librarnos de la violencia que marca a los Coazinhos.
sábado, 24 de octubre de 2009
LO MEJOR Y LO PEOR DEL MUNDO
Había una vez un hombre rico que tenía un esclavo muy sabio. Cierto día el hombre envió a su esclavo al mercado para que le comprara la mejor comida que encontrara, ya que tenía varios amigos invitados a comer y quería ofrecerles algo apetitoso. Así que el esclavo fue al mercado y compró lengua, y al volver a casa, la preparó lo mejor que pudo.
Cuando el amo le preguntó a su esclavo por qué había comprado lengua, el esclavo le dijo:
—Porque la lengua es lo mejor del mundo: con la lengua alabamos a Dios, con la lengua cantamos las glorias de la patria, con la lengua le declaramos amor a la mujer amada, y con la lengua le brindamos consejo al mejor amigo.
El amo, reconociendo la sabiduría de su esclavo, le respondió:
—Está bien, pero mañana me traerás lo peor que encuentres en el mercado.
Al día siguiente, el esclavo volvió otra vez con lengua.
—¿Por qué has vuelto a traer lengua? —le preguntó el amo—. ¿No decías ayer que es lo mejor del mundo? ¡Yo te pedí que me trajeras lo peor!
—Es que, sin duda alguna, Señor —contestó el esclavo—, la lengua es también lo peor del mundo, porque con ella mentimos, con ella calumniamos, con ella blasfemamos de Dios, con ella juramos en falso, y con ella insultamos al prójimo.
Esta fábula, atribuida al legendario Esopo, encierra una gran lección. La verdad es que la lengua en sí no es ni buena ni mala; es simplemente el instrumento con que se expresa el corazón. En realidad, es el corazón lo que es malo o bueno. La lengua no hace más que obedecerle. Por eso dijo Jesucristo que «de lo que abunda en el corazón habla la boca».1
De modo que podemos emplear la lengua para hacer el bien o para hacer el mal. El sabio Salomón lo resume en los siguientes proverbios: «Los labios del justo destilan bondad; de la boca del malvado brota perversidad»; «En la lengua hay poder de vida y muerte»: «Fuente de vida es la boca del justo, pero la boca del malvado encubre violencia»; «La lengua que brinda consuelo es árbol de vida; la lengua insidiosa deprime el espíritu»; «El charlatán hiere con la lengua como con una espada, pero la lengua del sabio brinda alivio»; «Con la boca el impío destruye a su prójimo»; «los labios del sabio son su propia protección».2
¡Qué bueno sería que, al igual que Salomón, le pidiéramos a Dios sabiduría por sobre todas las cosas,3 y que, al igual que David su padre, le pidiéramos a Dios que creara en nosotros un corazón limpio!4 De hacerlo así, nuestra lengua, cual fuente de vida, no haría más que destilar bondad y brindar consuelo y alivio.
1Lc 6:45
2Pr 10:32; 18:21; 10:11; 15:4; 12:18; 11:9; 14:3
32Cr 1:7‑12
4Sal 51:10
Cuando el amo le preguntó a su esclavo por qué había comprado lengua, el esclavo le dijo:
—Porque la lengua es lo mejor del mundo: con la lengua alabamos a Dios, con la lengua cantamos las glorias de la patria, con la lengua le declaramos amor a la mujer amada, y con la lengua le brindamos consejo al mejor amigo.
El amo, reconociendo la sabiduría de su esclavo, le respondió:
—Está bien, pero mañana me traerás lo peor que encuentres en el mercado.
Al día siguiente, el esclavo volvió otra vez con lengua.
—¿Por qué has vuelto a traer lengua? —le preguntó el amo—. ¿No decías ayer que es lo mejor del mundo? ¡Yo te pedí que me trajeras lo peor!
—Es que, sin duda alguna, Señor —contestó el esclavo—, la lengua es también lo peor del mundo, porque con ella mentimos, con ella calumniamos, con ella blasfemamos de Dios, con ella juramos en falso, y con ella insultamos al prójimo.
Esta fábula, atribuida al legendario Esopo, encierra una gran lección. La verdad es que la lengua en sí no es ni buena ni mala; es simplemente el instrumento con que se expresa el corazón. En realidad, es el corazón lo que es malo o bueno. La lengua no hace más que obedecerle. Por eso dijo Jesucristo que «de lo que abunda en el corazón habla la boca».1
De modo que podemos emplear la lengua para hacer el bien o para hacer el mal. El sabio Salomón lo resume en los siguientes proverbios: «Los labios del justo destilan bondad; de la boca del malvado brota perversidad»; «En la lengua hay poder de vida y muerte»: «Fuente de vida es la boca del justo, pero la boca del malvado encubre violencia»; «La lengua que brinda consuelo es árbol de vida; la lengua insidiosa deprime el espíritu»; «El charlatán hiere con la lengua como con una espada, pero la lengua del sabio brinda alivio»; «Con la boca el impío destruye a su prójimo»; «los labios del sabio son su propia protección».2
¡Qué bueno sería que, al igual que Salomón, le pidiéramos a Dios sabiduría por sobre todas las cosas,3 y que, al igual que David su padre, le pidiéramos a Dios que creara en nosotros un corazón limpio!4 De hacerlo así, nuestra lengua, cual fuente de vida, no haría más que destilar bondad y brindar consuelo y alivio.
1Lc 6:45
2Pr 10:32; 18:21; 10:11; 15:4; 12:18; 11:9; 14:3
32Cr 1:7‑12
4Sal 51:10
martes, 20 de octubre de 2009
La ira mata
Entonces Jehová dijo a Caín: ¿Por qué te has enojado en gran manera Caín, y por qué ha decaído tu semblante?
Génesis 4:6
El primer homicidio en la historia de la humanidad, del cual tenemos noticia según la Biblia, es el cometido por el hijo mayor de Adán, Caín, quien mató a su hermano menor, Abel. ¿Será posible imaginar el inmenso dolor de Adán y Eva viendo el cuerpo de su hijo, sin vida? Habrán llorado amargamente y se habrán preguntado muchas veces: “¿Por qué?”
La Biblia cuenta de que Caín tenía problemas con su excesiva rabia . Dios le había preguntado a Caín: ¿Por qué estás enojado?
¿Por qué la ira y el enojo son tan comunes entre familiares y parientes? Encontramos a personas que tienen una pésima auto imagen, viven abatidos, hacen parte de una familia dominada por la ira, la rabia, el enojo y no tienen control emocional.
La Biblia dice: “El amor... no se irrita fácilmente, no guarda rencor”. Este pasaje bíblico, se refiere en primer lugar, al amor de Dios por nosotros. Siempre enfrentamos personas o situaciones que nos provocan. Pero debemos dominar nuestros impulsos recordando la manera como Dios nos trata cuando le ofendemos. Dios es paciente y bondadoso con nosotros. Debemos amar a los demás con el mismo amor que Dios nos ama y mantener sobre control nuestros impulsos. Dominar nuestro temperamento con la ayuda de Dios.
Piensa
Quien controla su temperamento, evita heridas en el corazón de otros y en su propio corazón.
Ora
Perdónanos Señor, por herir y lastimar a muchas personas con nuestra ira, rabia y enojo. A veces entristecemos y hacemos llorar a muchos por no controlarnos. Enséñanos a amar de verdad. Amén.
El primer homicidio en la historia de la humanidad, del cual tenemos noticia según la Biblia, es el cometido por el hijo mayor de Adán, Caín, quien mató a su hermano menor, Abel. ¿Será posible imaginar el inmenso dolor de Adán y Eva viendo el cuerpo de su hijo, sin vida? Habrán llorado amargamente y se habrán preguntado muchas veces: “¿Por qué?”
La Biblia cuenta de que Caín tenía problemas con su excesiva rabia . Dios le había preguntado a Caín: ¿Por qué estás enojado?
¿Por qué la ira y el enojo son tan comunes entre familiares y parientes? Encontramos a personas que tienen una pésima auto imagen, viven abatidos, hacen parte de una familia dominada por la ira, la rabia, el enojo y no tienen control emocional.
La Biblia dice: “El amor... no se irrita fácilmente, no guarda rencor”. Este pasaje bíblico, se refiere en primer lugar, al amor de Dios por nosotros. Siempre enfrentamos personas o situaciones que nos provocan. Pero debemos dominar nuestros impulsos recordando la manera como Dios nos trata cuando le ofendemos. Dios es paciente y bondadoso con nosotros. Debemos amar a los demás con el mismo amor que Dios nos ama y mantener sobre control nuestros impulsos. Dominar nuestro temperamento con la ayuda de Dios.
Piensa
Quien controla su temperamento, evita heridas en el corazón de otros y en su propio corazón.
Ora
Perdónanos Señor, por herir y lastimar a muchas personas con nuestra ira, rabia y enojo. A veces entristecemos y hacemos llorar a muchos por no controlarnos. Enséñanos a amar de verdad. Amén.
¿Por qué esa rabia?
Si bien hicieres, ¿no serás enaltecido? Y si no hicieres bien, el pecado está a la puerta... y tú te enseñorearás de él.
Génesis 4:7
Dios nos alerta que cuando nos airamos, el pecado se convierte en una amenaza. En otras palabras, la ira es como un animal salvaje, listo para atacar a su presa indefensa.
La ira nos puede dominar y aún más, intentar aniquilar lo que está provocando nuestra ira – “... más el espíritu deprimido, quién lo levanta?” (Proverbios 18:14)
¿Cuántos de nosotros ya hemos lastimado a otros porque no supimos controlar nuestra ira y nuestra lengua? El Señor nos advierte: “No te apresures en tu espíritu a enojarte; porque el enojo reposa en el seno de los necios”. (Eclesiastés 7:9). Cuando estamos dominados por la ira, nos sentimos poderosos, pero en lo íntimo sabemos que solamente escondemos nuestra debilidad.
Vivimos una época de mucho nerviosismo. Vemos gente nerviosa en el tránsito de las grandes ciudades. Las personas dicen palabras groseras e hirientes cuando están enojadas.
EL Dios eterno nos pregunta hoy: ¿Por qué estás enojado? (Génesis 4:6). Dios nos hace esa pregunta, para llevarnos a la raíz del problema. Él quiere sanar las heridas que otros nos causaron. Podemos confiar que Él pondrá límites al pecado que toca a nuestra puerta.
Piensa
Cuando nos provocan a ira, es bueno preguntarnos: “¿Porqué es que estoy tan enojado?”
Ora
Señor, ayúdanos a dominar nuestra ira. Danos paciencia, autocontrol y sabiduría, para saber convivir con los demás, de tal manera que no les causemos sufrimiento o destrucción. En nombre de Jesús. Amén.
Dios nos alerta que cuando nos airamos, el pecado se convierte en una amenaza. En otras palabras, la ira es como un animal salvaje, listo para atacar a su presa indefensa.
La ira nos puede dominar y aún más, intentar aniquilar lo que está provocando nuestra ira – “... más el espíritu deprimido, quién lo levanta?” (Proverbios 18:14)
¿Cuántos de nosotros ya hemos lastimado a otros porque no supimos controlar nuestra ira y nuestra lengua? El Señor nos advierte: “No te apresures en tu espíritu a enojarte; porque el enojo reposa en el seno de los necios”. (Eclesiastés 7:9). Cuando estamos dominados por la ira, nos sentimos poderosos, pero en lo íntimo sabemos que solamente escondemos nuestra debilidad.
Vivimos una época de mucho nerviosismo. Vemos gente nerviosa en el tránsito de las grandes ciudades. Las personas dicen palabras groseras e hirientes cuando están enojadas.
EL Dios eterno nos pregunta hoy: ¿Por qué estás enojado? (Génesis 4:6). Dios nos hace esa pregunta, para llevarnos a la raíz del problema. Él quiere sanar las heridas que otros nos causaron. Podemos confiar que Él pondrá límites al pecado que toca a nuestra puerta.
Piensa
Cuando nos provocan a ira, es bueno preguntarnos: “¿Porqué es que estoy tan enojado?”
Ora
Señor, ayúdanos a dominar nuestra ira. Danos paciencia, autocontrol y sabiduría, para saber convivir con los demás, de tal manera que no les causemos sufrimiento o destrucción. En nombre de Jesús. Amén.
Respondiendo como Jesús
Si bien hicieres, ¿no serás enaltecido?
Génesis 4:7
La ira crea un vacío en nuestras vidas.
Pedro dice a los cristianos: “Por que también Cristo padeció (...) quien cuando le maldecían, no respondía con maldición, cuando padecía, no amenazaba, sino encomendaba la causa al que juzga justamente”. Debemos imitar a Cristo... Jesús podría haber llamado a legiones de ángeles y barrer de la tierra a sus adversarios, pero respondió con amor y no con ira.
Cuando somos heridos en lo más íntimo, no debemos responder con represalia e ira, porque eso no ayudará ni resolverá en nada. Dios insistió con Caín cuando estaba apunto de matar a su hermano Abel: “¿Si hicieres el bien, no serás enaltecido?. Pero Caín no escuchó el consejo de Dios.
Muchas veces es difícil librarnos de nuestra ira. Parece que las cosas que hacen las personas a nuestro alrededor, la hacen simplemente para irritarnos y ponernos nerviosos. Tal vez sea el esposo, la esposa, un hijo, un colega de trabajo, un vecino o alguien de la iglesia, que con frecuentemente nos irrita. ¿Por qué?
El problema está dentro de nosotros mismos. No es culpa del otro cuando actuamos con ira. En realidad es nuestro problema y nuestra responsabilidad. Necesitamos mansedumbre y la simpatía para lidiar con las faltas de los otros, así como Cristo lidia con nosotros.
Piensa
La culpa de quien tiene ataques de ira, descontrol emocional, no es de los otros, pero sí de quien las tiene.
Ora
Perdónanos Señor, cuando respondemos irritados, con ira y hasta con furia, a las provocaciones y los insultos. Ayúdame, pues no quiero ser un impedimento para que otros te conozcan. Amén.
La ira crea un vacío en nuestras vidas.
Pedro dice a los cristianos: “Por que también Cristo padeció (...) quien cuando le maldecían, no respondía con maldición, cuando padecía, no amenazaba, sino encomendaba la causa al que juzga justamente”. Debemos imitar a Cristo... Jesús podría haber llamado a legiones de ángeles y barrer de la tierra a sus adversarios, pero respondió con amor y no con ira.
Cuando somos heridos en lo más íntimo, no debemos responder con represalia e ira, porque eso no ayudará ni resolverá en nada. Dios insistió con Caín cuando estaba apunto de matar a su hermano Abel: “¿Si hicieres el bien, no serás enaltecido?. Pero Caín no escuchó el consejo de Dios.
Muchas veces es difícil librarnos de nuestra ira. Parece que las cosas que hacen las personas a nuestro alrededor, la hacen simplemente para irritarnos y ponernos nerviosos. Tal vez sea el esposo, la esposa, un hijo, un colega de trabajo, un vecino o alguien de la iglesia, que con frecuentemente nos irrita. ¿Por qué?
El problema está dentro de nosotros mismos. No es culpa del otro cuando actuamos con ira. En realidad es nuestro problema y nuestra responsabilidad. Necesitamos mansedumbre y la simpatía para lidiar con las faltas de los otros, así como Cristo lidia con nosotros.
Piensa
La culpa de quien tiene ataques de ira, descontrol emocional, no es de los otros, pero sí de quien las tiene.
Ora
Perdónanos Señor, cuando respondemos irritados, con ira y hasta con furia, a las provocaciones y los insultos. Ayúdame, pues no quiero ser un impedimento para que otros te conozcan. Amén.
¿Dónde está tu hermano?
Y Jehová dijo a Caín: ¿Dónde está Abel tu hermano?...
Génesis 4:9
Hace poco, mi esposa y yo estuvimos conversando con una pareja de ancianos, a quienes admiramos mucho. Ellos nos contaron que asumieron el compromiso de apoyar a cuatro mujeres que quedaron viudas. Frecuentemente le hacen visitas y construyen una relación de amistad y compañerismo con cada una de ellas. Mientras compartía su experiencia, pensé: “que Dios los bendiga y les multiplique sus fuerzas”. Recuerdo que mi padre contaba de que cuando mi madre falleció, los amigos nunca más lo visitaron.
Uno de los problemas más grande que existe en el mundo, es la soledad. Muchas familias son inestables, o están divididas por el divorcio. Dios nos dice a todos, que la iglesia es nuestra familia también. La iglesia es un lugar donde personas extrañas pasan a ser hermanos y hermanas, en Cristo.
Las altas secuoyas, son árboles muy altos que viven más de 2.000 años, en California, siempre crecen en grupos. Es difícil encontrar un árbol grande solito, porque las secuoyas no tienen raíces profundas, y solas difícilmente resistirían a la tempestad. Pero un grupo de secuoyas, sí permanecen en pié, porque las raíces se entrelazan entre si.
Podemos decir que lo mismo sucede con una iglesia que vive en comunión.
Piensa
Desde los tiempos remotos de Caín y Abel, Dios ya nos enseñaba a cuidar de nuestros hermanos.
Ora
Gracias Señor, por aquellos que se interesan por nosotros. Que demostremos interés por los demás y creemos una relación de amor que nos mantenga unidos contra las tempestades. Amén.
Hace poco, mi esposa y yo estuvimos conversando con una pareja de ancianos, a quienes admiramos mucho. Ellos nos contaron que asumieron el compromiso de apoyar a cuatro mujeres que quedaron viudas. Frecuentemente le hacen visitas y construyen una relación de amistad y compañerismo con cada una de ellas. Mientras compartía su experiencia, pensé: “que Dios los bendiga y les multiplique sus fuerzas”. Recuerdo que mi padre contaba de que cuando mi madre falleció, los amigos nunca más lo visitaron.
Uno de los problemas más grande que existe en el mundo, es la soledad. Muchas familias son inestables, o están divididas por el divorcio. Dios nos dice a todos, que la iglesia es nuestra familia también. La iglesia es un lugar donde personas extrañas pasan a ser hermanos y hermanas, en Cristo.
Las altas secuoyas, son árboles muy altos que viven más de 2.000 años, en California, siempre crecen en grupos. Es difícil encontrar un árbol grande solito, porque las secuoyas no tienen raíces profundas, y solas difícilmente resistirían a la tempestad. Pero un grupo de secuoyas, sí permanecen en pié, porque las raíces se entrelazan entre si.
Podemos decir que lo mismo sucede con una iglesia que vive en comunión.
Piensa
Desde los tiempos remotos de Caín y Abel, Dios ya nos enseñaba a cuidar de nuestros hermanos.
Ora
Gracias Señor, por aquellos que se interesan por nosotros. Que demostremos interés por los demás y creemos una relación de amor que nos mantenga unidos contra las tempestades. Amén.
Calor humano
Sobrellevad unos las cargas de los otros, y cumplid así la ley de Cristo.
Gálatas 6:2
Jackie Robinson, el primer jugador negro del beisbol profesional americano, estaba jugando en el estadio de su ciudad natal. Durante el juego el cometió un grave error, comprometedor, y la multitud comenzó a gritar insultos peyorativos y frases racistas. Robinson se quedó paralizado y cabizbajo, severamente humillado. Entonces el jugador Pee Wee Reese, fue junto a Jackie, mientras la multitud continuaba gritando, abrazó a Jackie y enfrentó al público. Al poco tiempo la hinchada se calmó. Tiempos después, Robinson dijo que recibir un abrazo caluroso fue lo que salvó su carrera de jugador.
Conozco lo que sucedió a un grupo de 9 personas que trabajaban en la extracción de mineros y quedaron atrapados por tres días en un pozo lleno de agua. Estar por mucho tiempo dentro del agua helada podría matarlos poco a poco por hipotermia. Sabiendo que eso podría ocurrir, cuando uno de ellos ya no aguantaba el frío, los otros 8 se juntaban a su alrededor para calentarlo. También se amarraron unos a otros para quedarse juntos y apoyarse mutuamente, sabiendo que si morían serían encontrados todos juntos. Finalmente todos salieron vivos.
Estas son dos historias increíbles acerca de como cuidar al otro. Dos ejemplos de cómo una iglesia debe ser y actuar.
Piensa
Un abrazo en un momento crucial de la vida, puede salvar nuestra vida.
Ora
Señor, cuándo nos preguntas: ¿Dónde está tu hermano?, sabemos lo que quieres decir. Que podamos ayudar a nuestro hermano con alegría y amor. En nombre de Cristo Jesús. Amén.
Jackie Robinson, el primer jugador negro del beisbol profesional americano, estaba jugando en el estadio de su ciudad natal. Durante el juego el cometió un grave error, comprometedor, y la multitud comenzó a gritar insultos peyorativos y frases racistas. Robinson se quedó paralizado y cabizbajo, severamente humillado. Entonces el jugador Pee Wee Reese, fue junto a Jackie, mientras la multitud continuaba gritando, abrazó a Jackie y enfrentó al público. Al poco tiempo la hinchada se calmó. Tiempos después, Robinson dijo que recibir un abrazo caluroso fue lo que salvó su carrera de jugador.
Conozco lo que sucedió a un grupo de 9 personas que trabajaban en la extracción de mineros y quedaron atrapados por tres días en un pozo lleno de agua. Estar por mucho tiempo dentro del agua helada podría matarlos poco a poco por hipotermia. Sabiendo que eso podría ocurrir, cuando uno de ellos ya no aguantaba el frío, los otros 8 se juntaban a su alrededor para calentarlo. También se amarraron unos a otros para quedarse juntos y apoyarse mutuamente, sabiendo que si morían serían encontrados todos juntos. Finalmente todos salieron vivos.
Estas son dos historias increíbles acerca de como cuidar al otro. Dos ejemplos de cómo una iglesia debe ser y actuar.
Piensa
Un abrazo en un momento crucial de la vida, puede salvar nuestra vida.
Ora
Señor, cuándo nos preguntas: ¿Dónde está tu hermano?, sabemos lo que quieres decir. Que podamos ayudar a nuestro hermano con alegría y amor. En nombre de Cristo Jesús. Amén.
Un nuevo mandamiento
Un mandamiento nuevo os doy: Que os améis unos a otros; como yo os he amado, que también os améis unos a otros.
Juan 13:34
A veces las personas se confunden cuando Jesús dice que está dando un nuevo mandamiento: “Amaos los unos a los otros”. ¿Es que acaso ese no fue siempre el mandamiento de Dios? Para entender lo que hay de nuevo en ese mandamiento, necesitamos observar que Jesús añade: “como yo os amé, vosotros también debéis amaros los unos a los otros” Jesús nos amó dando su vida en la cruz por nosotros. Jesús nos enseñó que el amor verdadero requiere sacrificio.
¡Qué comunidad maravillosa sería la iglesia, si todos los seguidores de Jesús amasemos como Él nos amó!. En ese bello escenario todos los miembros de la iglesia andarían lado a lado con sus hermanos, hermanas y vecinos, estimulándose mutuamente, ayudándose y apoyándose. El amor cristiano puesto en práctica, estaría dispuesto a ayudar a cualquiera en nombre de Jesús, sin importar las dificultades. Infelizmente no encontramos siempre este tipo de amor dentro de nuestras iglesias, a pesar de eso, el compromiso nuestro debe ser con Jesús, quien nos amó.
Hay tantas personas que necesitan un hermano o hermana que estén a su lado, apoyándolos y amándolos cuando tienen que enfrentar situaciones difíciles en la vida. Muchos, en éste momento, se encuentran solos.
Piensa
Sólo el amor de Cristo es sin límites, pero dentro de nuestras limitaciones debemos amar a nuestro prójimo.
Ora
Señor, te agradecemos por amarnos de una manera totalmente nueva. Que podamos demostrar tu amor de manera auténtica y desinteresada, a las personas que nos rodean. En nombre de Cristo. Amén.
A veces las personas se confunden cuando Jesús dice que está dando un nuevo mandamiento: “Amaos los unos a los otros”. ¿Es que acaso ese no fue siempre el mandamiento de Dios? Para entender lo que hay de nuevo en ese mandamiento, necesitamos observar que Jesús añade: “como yo os amé, vosotros también debéis amaros los unos a los otros” Jesús nos amó dando su vida en la cruz por nosotros. Jesús nos enseñó que el amor verdadero requiere sacrificio.
¡Qué comunidad maravillosa sería la iglesia, si todos los seguidores de Jesús amasemos como Él nos amó!. En ese bello escenario todos los miembros de la iglesia andarían lado a lado con sus hermanos, hermanas y vecinos, estimulándose mutuamente, ayudándose y apoyándose. El amor cristiano puesto en práctica, estaría dispuesto a ayudar a cualquiera en nombre de Jesús, sin importar las dificultades. Infelizmente no encontramos siempre este tipo de amor dentro de nuestras iglesias, a pesar de eso, el compromiso nuestro debe ser con Jesús, quien nos amó.
Hay tantas personas que necesitan un hermano o hermana que estén a su lado, apoyándolos y amándolos cuando tienen que enfrentar situaciones difíciles en la vida. Muchos, en éste momento, se encuentran solos.
Piensa
Sólo el amor de Cristo es sin límites, pero dentro de nuestras limitaciones debemos amar a nuestro prójimo.
Ora
Señor, te agradecemos por amarnos de una manera totalmente nueva. Que podamos demostrar tu amor de manera auténtica y desinteresada, a las personas que nos rodean. En nombre de Cristo. Amén.
Mi hermano es mi problema
.... Y él respondió: ¿Soy yo acaso guarda de mi hermano?
Génesis 4:9
Veamos nuevamente la pregunta que le hizo Dios a Caín a respecto de su hermano Abel, y la respuesta que él le dio. Caín respondió con otra pregunta: “¿Soy yo responsable por mi hermano?”. Es una respuesta que siempre escuchamos y la empleamos frecuentemente.
La pregunta de Caín revela el sentimientos que manifestamos ante los problemas de los otros: “No puedo ayudar porque tengo mis propios problemas”.
Conocemos a personas que están pasando por angustias, pero preferimos cruzar la calle y tratamos de evitarlas. Vemos noticias en la televisión sobre el hambre en el África y la epidemia del SIDA y damos la espalda, no hacemos caso y olvidamos, nos distraemos con el frenesí de la vida cotidiana. Es cierto que no podemos cargar los problemas del mundo entero, pero tampoco debemos preocuparnos solamente con nosotros mismos, a punto de nunca ayudar a otros.
Con nuestra actitud estamos diciendo a Dios: “¿Acaso soy yo responsable de mi hermano?” Y Dios respondería: “¡Si, tú eres!”.
Dios no nos quitará nunca esa responsabilidad, por que Él nos ve a cada uno de nosotros como responsables por nuestros hermanos y hermanas y por su bienestar. En vez de divulgar sus debilidades, debemos amarles.
Piensa
¿Dónde está tu hermano?
Ora
Padre bondadoso, te damos gracias por que tu no dejas que nos olvidemos de nuestros hermanos y hermanas. Ayúdanos a responder por los que sufren, por los que están en crisis en sus vidas. En nombre de Jesús. Amén.
Veamos nuevamente la pregunta que le hizo Dios a Caín a respecto de su hermano Abel, y la respuesta que él le dio. Caín respondió con otra pregunta: “¿Soy yo responsable por mi hermano?”. Es una respuesta que siempre escuchamos y la empleamos frecuentemente.
La pregunta de Caín revela el sentimientos que manifestamos ante los problemas de los otros: “No puedo ayudar porque tengo mis propios problemas”.
Conocemos a personas que están pasando por angustias, pero preferimos cruzar la calle y tratamos de evitarlas. Vemos noticias en la televisión sobre el hambre en el África y la epidemia del SIDA y damos la espalda, no hacemos caso y olvidamos, nos distraemos con el frenesí de la vida cotidiana. Es cierto que no podemos cargar los problemas del mundo entero, pero tampoco debemos preocuparnos solamente con nosotros mismos, a punto de nunca ayudar a otros.
Con nuestra actitud estamos diciendo a Dios: “¿Acaso soy yo responsable de mi hermano?” Y Dios respondería: “¡Si, tú eres!”.
Dios no nos quitará nunca esa responsabilidad, por que Él nos ve a cada uno de nosotros como responsables por nuestros hermanos y hermanas y por su bienestar. En vez de divulgar sus debilidades, debemos amarles.
Piensa
¿Dónde está tu hermano?
Ora
Padre bondadoso, te damos gracias por que tu no dejas que nos olvidemos de nuestros hermanos y hermanas. Ayúdanos a responder por los que sufren, por los que están en crisis en sus vidas. En nombre de Jesús. Amén.
lunes, 19 de octubre de 2009
LA MANÍA DEL SUICIDIO
La mañana estaba fresca y hermosa: el cielo muy azul, los pájaros cantando, y grupos de chiquillos alegres caminando hacia la escuela. Entre ellos estaba Jackie Johnson, una niñita de seis años de edad.
Tenían que cruzar la vía del tren, en la ciudad de Diana, estado de Florida, así que todos los chicos cruzaron los rieles, excepto Jackie. Ella se quedó quieta, parada entre los rieles como hipnotizada. Alguien la escuchó decir: «Quiero ser ángel para ir a estar con mi mamá» escasos momentos antes que el tren llegó al cruce y arrolló a la chiquilla, dándole muerte instantánea.
«Es la suicida más joven en la historia del estado», anunciaron los diarios. ¡Increíble el caso de esta bella criatura de apenas seis años de edad!
¿Qué pudo haber ocurrido en la vida de esta niñita para que tomara esa determinación tan drástica? Es todo un caso trágico.
Su madre había muerto de cáncer inoperable, y Jackie la había visto sufrir. El dolor del cáncer había sido insoportable y la pobre madre, sin nadie más en la casa que su hijita Jackie, había volcado sobre ella la gravedad de su sufrimiento.
Un día Jackie la escuchó decir: «Me voy al cielo, a estar con los ángeles.» Y Jackie, en su inocencia, pensó que si ella se volvía ángel, seguiría viviendo junto a su mamá.
La niñita se había dado cuenta de que algunos morían al cruzar la vía férrea, y tomó su decisión: «Me pararé en los rieles y dejaré que el tren me arrolle. En un instante me convertiré en ángel.» Insólito razonamiento en una niña de apenas seis años de edad.
Ya se está viviendo la manía del suicidio. La idea de la auto-eliminación, cuando los problemas de la vida se hacen demasiado grandes, la tiene mucha gente. Hasta la televisión reproduce el mismo cuadro.
No es extraño que los niños también piensen en el suicidio. El aumento pavoroso en los suicidios juveniles revela el abaratamiento de la vida humana y el desplome de la fe en Dios. Nos estamos perdiendo y no sabemos qué hacer.
Pero ninguna persona que pone su confianza en Cristo considera el suicidio una opción viable. Con Cristo en nuestro corazón, nos libramos de esa clase de temores. Él desea darnos su cuidado pastoral. Con Él nos sentimos consolados y fortalecidos. Con Él la vida se hace soportable. Con Él siempre hay un amigo a nuestro lado. Con Él estamos eternamente seguros.
Tenían que cruzar la vía del tren, en la ciudad de Diana, estado de Florida, así que todos los chicos cruzaron los rieles, excepto Jackie. Ella se quedó quieta, parada entre los rieles como hipnotizada. Alguien la escuchó decir: «Quiero ser ángel para ir a estar con mi mamá» escasos momentos antes que el tren llegó al cruce y arrolló a la chiquilla, dándole muerte instantánea.
«Es la suicida más joven en la historia del estado», anunciaron los diarios. ¡Increíble el caso de esta bella criatura de apenas seis años de edad!
¿Qué pudo haber ocurrido en la vida de esta niñita para que tomara esa determinación tan drástica? Es todo un caso trágico.
Su madre había muerto de cáncer inoperable, y Jackie la había visto sufrir. El dolor del cáncer había sido insoportable y la pobre madre, sin nadie más en la casa que su hijita Jackie, había volcado sobre ella la gravedad de su sufrimiento.
Un día Jackie la escuchó decir: «Me voy al cielo, a estar con los ángeles.» Y Jackie, en su inocencia, pensó que si ella se volvía ángel, seguiría viviendo junto a su mamá.
La niñita se había dado cuenta de que algunos morían al cruzar la vía férrea, y tomó su decisión: «Me pararé en los rieles y dejaré que el tren me arrolle. En un instante me convertiré en ángel.» Insólito razonamiento en una niña de apenas seis años de edad.
Ya se está viviendo la manía del suicidio. La idea de la auto-eliminación, cuando los problemas de la vida se hacen demasiado grandes, la tiene mucha gente. Hasta la televisión reproduce el mismo cuadro.
No es extraño que los niños también piensen en el suicidio. El aumento pavoroso en los suicidios juveniles revela el abaratamiento de la vida humana y el desplome de la fe en Dios. Nos estamos perdiendo y no sabemos qué hacer.
Pero ninguna persona que pone su confianza en Cristo considera el suicidio una opción viable. Con Cristo en nuestro corazón, nos libramos de esa clase de temores. Él desea darnos su cuidado pastoral. Con Él nos sentimos consolados y fortalecidos. Con Él la vida se hace soportable. Con Él siempre hay un amigo a nuestro lado. Con Él estamos eternamente seguros.
martes, 13 de octubre de 2009
EL ÚLTIMO ABISMO
El poema fue creación de un alma juvenil, confundida y traspasada de problemas. «Tinieblas —dice el primer verso—, vengan y llévenme al último abismo, donde el dolor y el odio, y la ira y la guerra, ya no queman más.»
Y siguiendo ese mismo tono, la poesía, compuesta de versos graves y tristes, termina con: «El amor ha llegado a ser mi enemigo; la amistad se ha vuelto burla; y la esperanza, mi prisión.» Así concluyó Elisabeth Garrison, de dieciséis años de edad, su poema. Su dolor, expresado en verso, explica el crimen que acababa de cometer. Elisabeth Garrison acababa de matar a su madre.
El alma del poeta se conmueve con las emociones más extremas. Ve la vida con ojos penetrantes, y reacciona de modo diferente al común entre los mortales.
Elisabeth no se llevaba bien con su madre. Las dos nunca se habían entendido, y a los dieciséis años de edad, en medio de la desesperación, Elisabeth mató a su madre. Inmediatamente después, todavía en su cuarto, la joven compuso esos versos. En ellos pedía que se le llevara al «abismo final, donde el dolor cesa. Porque —¡y qué expresión de una muchacha de apenas dieciséis años de edad!— el amor ha llegado a ser mi enemigo; la amistad se ha vuelto burla; y la esperanza, mi prisión.»
Ante esto nos preguntamos: ¿A qué profundidad de dolor, de desesperanza, habrá llegado la persona que dice que el amor es su enemigo, y que luego mata al ser más querido que tiene? Llegar a ese extremo es lo más desastroso que el ser humano pueda conocer. Y sin embargo hay muchas personas que han caído en ese abismo.
Cuando el dolor se vuelve insoportable, cuando la desesperación nos ahoga, ese es el momento de clamar: «¡Señor, te necesito; por favor, ayúdame!»
El salmista David sufrió, así también, sus momentos de angustia. Escuchemos uno de sus clamores: «¡Sálvame, Señor mi Dios, porque en ti busco refugio! ¡Líbrame de todos mis perseguidores! De lo contrario, me devorarán como leones; me despedazarán, y no habrá quien me libre.» Con esa ansiedad comienza David el Salmo 7, pero concluye con optimismo: «Mi escudo está en Dios, que salva a los de corazón recto... ¡Alabaré al Señor por su justicia! ¡Al nombre del Señor altísimo cantaré salmos!»
Aprendamos del salmista que siempre podemos encontrar refugio en Dios. Cuando todo en esta vida nos consume, siempre queda Dios. Y con tal que lo busquemos con toda sinceridad, Él siempre nos responderá. Pongamos nuestra confianza en Dios. Él jamás nos defraudará.
Y siguiendo ese mismo tono, la poesía, compuesta de versos graves y tristes, termina con: «El amor ha llegado a ser mi enemigo; la amistad se ha vuelto burla; y la esperanza, mi prisión.» Así concluyó Elisabeth Garrison, de dieciséis años de edad, su poema. Su dolor, expresado en verso, explica el crimen que acababa de cometer. Elisabeth Garrison acababa de matar a su madre.
El alma del poeta se conmueve con las emociones más extremas. Ve la vida con ojos penetrantes, y reacciona de modo diferente al común entre los mortales.
Elisabeth no se llevaba bien con su madre. Las dos nunca se habían entendido, y a los dieciséis años de edad, en medio de la desesperación, Elisabeth mató a su madre. Inmediatamente después, todavía en su cuarto, la joven compuso esos versos. En ellos pedía que se le llevara al «abismo final, donde el dolor cesa. Porque —¡y qué expresión de una muchacha de apenas dieciséis años de edad!— el amor ha llegado a ser mi enemigo; la amistad se ha vuelto burla; y la esperanza, mi prisión.»
Ante esto nos preguntamos: ¿A qué profundidad de dolor, de desesperanza, habrá llegado la persona que dice que el amor es su enemigo, y que luego mata al ser más querido que tiene? Llegar a ese extremo es lo más desastroso que el ser humano pueda conocer. Y sin embargo hay muchas personas que han caído en ese abismo.
Cuando el dolor se vuelve insoportable, cuando la desesperación nos ahoga, ese es el momento de clamar: «¡Señor, te necesito; por favor, ayúdame!»
El salmista David sufrió, así también, sus momentos de angustia. Escuchemos uno de sus clamores: «¡Sálvame, Señor mi Dios, porque en ti busco refugio! ¡Líbrame de todos mis perseguidores! De lo contrario, me devorarán como leones; me despedazarán, y no habrá quien me libre.» Con esa ansiedad comienza David el Salmo 7, pero concluye con optimismo: «Mi escudo está en Dios, que salva a los de corazón recto... ¡Alabaré al Señor por su justicia! ¡Al nombre del Señor altísimo cantaré salmos!»
Aprendamos del salmista que siempre podemos encontrar refugio en Dios. Cuando todo en esta vida nos consume, siempre queda Dios. Y con tal que lo busquemos con toda sinceridad, Él siempre nos responderá. Pongamos nuestra confianza en Dios. Él jamás nos defraudará.
sábado, 10 de octubre de 2009
UN CORAZÓN COMPAÑERO
Andaba en busca de un corazón, y en esa búsqueda viajó de Honolulu, Hawai, hasta Los Ángeles, California. Buscaba un corazón que fuera afín al suyo, adaptable a su misma sangre. La necesidad era urgente porque su corazón ya no funcionaba como debía. Se trataba de Jason Pacheco, un niño de dos años de edad. El pequeño sufría un mal congénito. El corazón se le moría dentro de él. Y si no se hallaba otro para el trasplante, Jason de seguro fallecería.
Desde aquel primer trasplante de corazón algunas décadas atrás, la ciencia de los trasplantes ha progresado de manera asombrosa. Miles de vidas han sido rescatadas de las fauces de la muerte gracias a un trasplante.
En el caso de Jason, el corazón tenía que ser, más o menos, de su misma edad, es decir, de unos dos años, y tenía que ser de su mismo tipo de sangre. La raza del donante y el color de su piel no importaban, pero sí tenía que ser un corazón compatible, que se adaptara al cuerpo de Jason, y tenía que ser implantado en su pecho a tiempo. Desgraciadamente Jason no resistió la espera.
Al igual que Jason, aunque no en el sentido físico, todos necesitamos un corazón compañero. Un corazón que simpatice con nosotros, que tenga nuestros mismos sentimientos e ideales, y especialmente nuestra misma fe. Un corazón que no sólo sea compatible, sino que nos ame. Que nos ame con un amor eterno.
Permítame, joven, señorita, dirigirme, hoy, específicamente a usted. Quizá usted está, hoy mismo, en busca de un corazón. La primera atracción al sexo opuesto es una atracción física, y esto es completamente normal. Pero en eso, precisamente, consiste el engaño. Es que la atracción física, sola, no es suficiente para asegurar largos años de matrimonio feliz.
Cuando se case, tenga por seguro que hay por lo menos tres elementos necesarios para un largo y feliz matrimonio. Primero, no sólo ame el cuerpo de su cónyuge, sino también su alma, su corazón, su ser entero. Esa clase de amor asegura la absoluta y eterna fidelidad. Segundo, acepte a su pareja tal cual es. No trate de cambiar a su cónyuge. Esa linda persona que es su pareja será como es, por toda la vida.
Tercero, ríndase de modo absoluto, junto con su cónyuge, al señorío de Cristo. El egoísmo, que es el mayor destructor de matrimonios, no prevalece cuando Cristo es Dueño absoluto. Asegure el éxito de su matrimonio comenzando con Cristo en su corazón. La motivación espiritual es el estímulo más fuerte de esta vida.
Desde aquel primer trasplante de corazón algunas décadas atrás, la ciencia de los trasplantes ha progresado de manera asombrosa. Miles de vidas han sido rescatadas de las fauces de la muerte gracias a un trasplante.
En el caso de Jason, el corazón tenía que ser, más o menos, de su misma edad, es decir, de unos dos años, y tenía que ser de su mismo tipo de sangre. La raza del donante y el color de su piel no importaban, pero sí tenía que ser un corazón compatible, que se adaptara al cuerpo de Jason, y tenía que ser implantado en su pecho a tiempo. Desgraciadamente Jason no resistió la espera.
Al igual que Jason, aunque no en el sentido físico, todos necesitamos un corazón compañero. Un corazón que simpatice con nosotros, que tenga nuestros mismos sentimientos e ideales, y especialmente nuestra misma fe. Un corazón que no sólo sea compatible, sino que nos ame. Que nos ame con un amor eterno.
Permítame, joven, señorita, dirigirme, hoy, específicamente a usted. Quizá usted está, hoy mismo, en busca de un corazón. La primera atracción al sexo opuesto es una atracción física, y esto es completamente normal. Pero en eso, precisamente, consiste el engaño. Es que la atracción física, sola, no es suficiente para asegurar largos años de matrimonio feliz.
Cuando se case, tenga por seguro que hay por lo menos tres elementos necesarios para un largo y feliz matrimonio. Primero, no sólo ame el cuerpo de su cónyuge, sino también su alma, su corazón, su ser entero. Esa clase de amor asegura la absoluta y eterna fidelidad. Segundo, acepte a su pareja tal cual es. No trate de cambiar a su cónyuge. Esa linda persona que es su pareja será como es, por toda la vida.
Tercero, ríndase de modo absoluto, junto con su cónyuge, al señorío de Cristo. El egoísmo, que es el mayor destructor de matrimonios, no prevalece cuando Cristo es Dueño absoluto. Asegure el éxito de su matrimonio comenzando con Cristo en su corazón. La motivación espiritual es el estímulo más fuerte de esta vida.
jueves, 8 de octubre de 2009
«NO HE PODIDO CONTROLAR [LA] POSESIÓN DE DINERO»
En este mensaje tratamos el caso de un hombre que «descargó su conciencia» de manera anónima en nuestro sitio www.conciencia.net y nos autorizó a que lo citáramos, como sigue:
«Desde hace cuatro años, comencé a trabajar ya recién salido del colegio.... Desde ahí, no he podido controlar el asunto de posesión de dinero... por querer tener desde ya lo que con paciencia pude haber obtenido (hoy ya lo reconozco cuando es tarde). Decidí empezar a sacar préstamos, tarjetas de crédito.... Comencé a comprarme cosas que siempre quise tener por estos medios....
»Hoy en día... estoy endeudado de tal manera que no sé cómo salir de esto... Quisiera que compartan esto con las personas que nunca lo han hecho [para que] tengan cuidado con el asunto del endeudamiento porque, créanme, esto hoy en día me ha robado la paz....»
Este es el consejo que le dimos:
«Estimado amigo:
»Si bien lamentamos mucho que las deudas le hayan robado la paz, nos alegramos de que haya optado por contarnos su caso en medio de su angustia a fin de advertirles a otros que a ellos les pudiera suceder lo mismo.
»Es interesante que no nos haya dicho siquiera lo que compró con el dinero. ¿Acaso compró ropa nueva o una computadora? ¿O tal vez un auto nuevo o hasta una casa? Las cosas que usted no pudo esperar para comprar ni siquiera las menciona ahora debido a las consecuencias que ha sufrido. El gozo que sintió al vestir la ropa nueva o al usar la computadora se ha esfumado, y en su lugar han quedado la desesperanza y la falta de paz. Usted sólo quisiera poder hacer retroceder el tiempo y volver a comenzar, sabiendo lo que sabe ahora: que las posesiones materiales no compensan la miseria que acarrean las deudas.
»Jesucristo contó la historia de un joven que no podía esperar para tener todo lo que quería.1 Convenció a su padre de que le diera su herencia antes de tiempo para poder disfrutar de ella inmediatamente. No quería esperar hasta que muriera su padre o hasta que él mismo tuviera más edad y más sabiduría. Estaba empecinado en lo que quería, ¡y lo quería todo de inmediato! Así que su padre le dio la herencia y, en poco tiempo, la había malgastado por completo. El joven después no tenía con qué comprar nada y tenía tanta hambre que llegó a codiciar hasta la comida que les daba a los cerdos que le tocó cuidar. Más que cualquier otra cosa, él quería poder volver a comenzar, así como quiere usted. Y al igual que usted, no fue sino hasta que ya era demasiado tarde que aprendió que no es prudente ser tan impaciente....
»Por ahora, deshágase de sus tarjetas de crédito y elimine sus cuentas de crédito. Determine que va a vivir gastando menos de lo que gana y a pagar sus deudas poco a poco, aunque le tome mucho tiempo hacerlo. El solo hecho de seguir ese proceso le enseñará a tener paciencia.
»En cuanto a la paz que busca, sólo hallará la verdadera paz cuando le entregue todo a Dios y le pida que dirija su vida. Él lo ayudará en la larga prueba que tiene por delante.
»Le deseamos la paz verdadera,
»Linda y Carlos Rey.»
El consejo completo, que por falta de espacio no pudimos incluir en esta edición, puede leerse con sólo pulsar el enlace que dice: «Caso 48» dentro del enlace en www.conciencia.net que dice: «Caso de la semana».
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1 Lc 15:11-24
«Desde hace cuatro años, comencé a trabajar ya recién salido del colegio.... Desde ahí, no he podido controlar el asunto de posesión de dinero... por querer tener desde ya lo que con paciencia pude haber obtenido (hoy ya lo reconozco cuando es tarde). Decidí empezar a sacar préstamos, tarjetas de crédito.... Comencé a comprarme cosas que siempre quise tener por estos medios....
»Hoy en día... estoy endeudado de tal manera que no sé cómo salir de esto... Quisiera que compartan esto con las personas que nunca lo han hecho [para que] tengan cuidado con el asunto del endeudamiento porque, créanme, esto hoy en día me ha robado la paz....»
Este es el consejo que le dimos:
«Estimado amigo:
»Si bien lamentamos mucho que las deudas le hayan robado la paz, nos alegramos de que haya optado por contarnos su caso en medio de su angustia a fin de advertirles a otros que a ellos les pudiera suceder lo mismo.
»Es interesante que no nos haya dicho siquiera lo que compró con el dinero. ¿Acaso compró ropa nueva o una computadora? ¿O tal vez un auto nuevo o hasta una casa? Las cosas que usted no pudo esperar para comprar ni siquiera las menciona ahora debido a las consecuencias que ha sufrido. El gozo que sintió al vestir la ropa nueva o al usar la computadora se ha esfumado, y en su lugar han quedado la desesperanza y la falta de paz. Usted sólo quisiera poder hacer retroceder el tiempo y volver a comenzar, sabiendo lo que sabe ahora: que las posesiones materiales no compensan la miseria que acarrean las deudas.
»Jesucristo contó la historia de un joven que no podía esperar para tener todo lo que quería.1 Convenció a su padre de que le diera su herencia antes de tiempo para poder disfrutar de ella inmediatamente. No quería esperar hasta que muriera su padre o hasta que él mismo tuviera más edad y más sabiduría. Estaba empecinado en lo que quería, ¡y lo quería todo de inmediato! Así que su padre le dio la herencia y, en poco tiempo, la había malgastado por completo. El joven después no tenía con qué comprar nada y tenía tanta hambre que llegó a codiciar hasta la comida que les daba a los cerdos que le tocó cuidar. Más que cualquier otra cosa, él quería poder volver a comenzar, así como quiere usted. Y al igual que usted, no fue sino hasta que ya era demasiado tarde que aprendió que no es prudente ser tan impaciente....
»Por ahora, deshágase de sus tarjetas de crédito y elimine sus cuentas de crédito. Determine que va a vivir gastando menos de lo que gana y a pagar sus deudas poco a poco, aunque le tome mucho tiempo hacerlo. El solo hecho de seguir ese proceso le enseñará a tener paciencia.
»En cuanto a la paz que busca, sólo hallará la verdadera paz cuando le entregue todo a Dios y le pida que dirija su vida. Él lo ayudará en la larga prueba que tiene por delante.
»Le deseamos la paz verdadera,
»Linda y Carlos Rey.»
El consejo completo, que por falta de espacio no pudimos incluir en esta edición, puede leerse con sólo pulsar el enlace que dice: «Caso 48» dentro del enlace en www.conciencia.net que dice: «Caso de la semana».
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1 Lc 15:11-24
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