La mañana estaba fresca y hermosa: el cielo muy azul, los pájaros cantando, y grupos de chiquillos alegres caminando hacia la escuela. Entre ellos estaba Jackie Johnson, una niñita de seis años de edad.
Tenían que cruzar la vía del tren, en la ciudad de Diana, estado de Florida, así que todos los chicos cruzaron los rieles, excepto Jackie. Ella se quedó quieta, parada entre los rieles como hipnotizada. Alguien la escuchó decir: «Quiero ser ángel para ir a estar con mi mamá» escasos momentos antes que el tren llegó al cruce y arrolló a la chiquilla, dándole muerte instantánea.
«Es la suicida más joven en la historia del estado», anunciaron los diarios. ¡Increíble el caso de esta bella criatura de apenas seis años de edad!
¿Qué pudo haber ocurrido en la vida de esta niñita para que tomara esa determinación tan drástica? Es todo un caso trágico.
Su madre había muerto de cáncer inoperable, y Jackie la había visto sufrir. El dolor del cáncer había sido insoportable y la pobre madre, sin nadie más en la casa que su hijita Jackie, había volcado sobre ella la gravedad de su sufrimiento.
Un día Jackie la escuchó decir: «Me voy al cielo, a estar con los ángeles.» Y Jackie, en su inocencia, pensó que si ella se volvía ángel, seguiría viviendo junto a su mamá.
La niñita se había dado cuenta de que algunos morían al cruzar la vía férrea, y tomó su decisión: «Me pararé en los rieles y dejaré que el tren me arrolle. En un instante me convertiré en ángel.» Insólito razonamiento en una niña de apenas seis años de edad.
Ya se está viviendo la manía del suicidio. La idea de la auto-eliminación, cuando los problemas de la vida se hacen demasiado grandes, la tiene mucha gente. Hasta la televisión reproduce el mismo cuadro.
No es extraño que los niños también piensen en el suicidio. El aumento pavoroso en los suicidios juveniles revela el abaratamiento de la vida humana y el desplome de la fe en Dios. Nos estamos perdiendo y no sabemos qué hacer.
Pero ninguna persona que pone su confianza en Cristo considera el suicidio una opción viable. Con Cristo en nuestro corazón, nos libramos de esa clase de temores. Él desea darnos su cuidado pastoral. Con Él nos sentimos consolados y fortalecidos. Con Él la vida se hace soportable. Con Él siempre hay un amigo a nuestro lado. Con Él estamos eternamente seguros.
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